Café, conversación...

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lunes, 29 de diciembre de 2008

Querido Auggie


Te juro que al que inventó los villancicos habría que colgarle. Y al que se le ocurrió lo de la Navidad, también. Y después dejar los cadáveres al sol, para dar ejemplo. Vivir día a día ya es difícil, pero además aguantar esto todos los años es insoportable. Y más ahora que ya no me fían en el bar de abajo. No debería escribirte para contarte todo esto. Al fin y al cabo, es lo mismo de todos los años. Pero, quizá tengas razón cuando dices que, en el fondo, soy un sentimental. Un romántico, incluso. Joder que sí. Quizá sea por eso que te escribo justo antes de coger un tren hacia el este, para ver a Charlie. Espero que no se enfade por la tardanza, aunque seguro que no se ha movido del sitio. Seis balazos bastan para atar a cualquiera a un pedazo de tierra, incluso a él. Incluso puede que me pase por el local del Portugués. Si sigue allí, claro. ¿Cantará Susie todavía? Oí cosas, pero... no me las creí, o no quise creerlas. Quizá si sea un poco sentimental, después de todo.

Un abrazo y... Feliz Navidad


Hank

sábado, 27 de diciembre de 2008

La sala número seis - Anton Chejov


Un pequeño hospital, en una pequeña ciudad a doscientas verstas del ferrocarril. Uno de los pabellones, el de los enfermos mentales. Tiene aspecto de cárcel y todos lo conocen como la sala número seis. Al cargo de la institución está el doctor Andrei Efímich Raguin, una persona de modales reposados, que ha sido vencido por la inmoralidad y la suciedad del hospital:

 

“En las salas, pasillos y patio del hospital, el hedor era tal, que resultaba difícil respirar. Los mozos, las enfermeras y sus hijos dormían en las mismas salas que los enfermos. Se quejaban de que las cucarachas, las chinches y los ratones les hacían la vida imposible. En la sección de cirugía era imposible acabar con la erisipela. Para todo el hospital no había más que dos bisturíes, no disponían ni de un solo termómetro y las bañeras servían para guardar patatas.”

 

Así, ante esta imagen, el médico comienza a plantearse si es conveniente preocuparse por mejorar las cosas. Decide que no, y busca refugio en la soledad de su despacho, en los libros de filosofía, en la cerveza y el vodka. Crea una cosmovisión especialmente diseñada para justificar su trabajo en el hospital: no importa lo que suceda, ni que la gente sufra, porque todos moriremos, tarde o temprano. Lo único que les queda a los hombres es un pensamiento, su capacidad de discurrir con sensatez qué es la vida. Pero un día, y de forma casual, el doctor entra en la sala número seis, donde uno de los internos llama poderosamente su atención y su conversación.  Entre la estúpida y vulgar gente de la ciudad, el médico acaba de encontrar a un loco que le resulta interesante por su capacidad de raciocinio. Dice el médico:

 

 “Usted es un hombre que sabe pensar. En cualquier situación, puede encontrar tranquilidad en sí mismo. El pensamiento libre y profundo, que aspira a comprender la vida, y el desprecio total a la estúpida vanidad del mundo, son los dos bienes supremos que el hombre conoce. Y usted puede poseerlos aunque viva detrás de tres rejas.”

 

Las visitas al pabellón son cada vez más frecuentes, a pesar de lo diferentes que son las posturas de uno y de otro. En el hospital y en la ciudad todos comienzan a juzgar sospechoso el comportamiento del médico. Lo que ocurre a continuación es la paulatina destrucción de todo su sistema filosófico.

 

Un relato breve, en los que era maestro el ruso Chejov. “No se puede seguir viviendo así”, como en otro relato escribiese. La derrota de un ser humano puesto contra las cuerdas por su propia inteligencia, de la evasiva inventada para sobrevivir en aquel hostil escenario; y por un loco, al que al final confesará lo que quizá siempre creyese: “Nada, nada es posible. Somos débiles, querido... Yo me mostraba indiferente, razonaba con buen ánimo y sensatez, pero, desde que la vida ha puesto en mí su mano grosera, me siento decaído... sumido en la postración... Somos débiles, no valemos para nada ...” Grandes ideas, necesarias para que los hombres puedan vivir, pero que han de verse explicitadas en un modo de vida, en una forma de hacer las cosas, porque el gusto por lo bello no es suficiente.

jueves, 25 de diciembre de 2008

El cuento de Navidad de Auggie Wren

Era obligado, ¿verdad? Aún no lo había puesto. A ver si les gusta. Siento que esté de dos partes.




lunes, 22 de diciembre de 2008

El color del dinero



Eddie Felson vuelve, en la piel del desaparecido Paul Newman quien en esta ocasión se nos presenta como un triunfador, aunque es realidad no es tal. Ya no tiene apuros económicos y no se ve obligado a viajar por todo el país para vivir. Ya no juega al billar. Sin embargo, un día encuentra a Vincent, un mago de las bolas, un auténtico diamante en bruto, listo para ser pulido por "El rápido". Y esto le trae recuerdos. Le transporta a una época que, a pesar de todo lo que pudo sufrir, sigue siendo la más feliz de su vida. Felson le enseñará todo cuanto hay que saber para explotar su talento, incluyendo la lección más importante de todas: hay que saber perder para poder ganar.

Junto a la novia de Vincent inician un viaje, recorriendo las principales salas de billar del país. Pero el viaje es algo más. Lo que empezó como un recurso para ganar dinero pasará a ser un curso de educación para la vida, y terminará convirtiéndose en la redención de Felson. Redención que no se producirá hasta que comprueba los efectos que sus enseñanzas han causado en su joven pupilo. Es entonces cuando el viejo Eddie sale de su letargo, y vuelve a su elemento natural, taco en mano.

Espléndida reflexión sobre los sueños y la vida, disfrazada de enfrentamiento generacional. Paul Newman borda una vez más su interpretación de Eddie Felson, dotándole de una profundidad incluso mayor que en "El buscavidas", con una actuación que le valió un merecido Oscar. Tom Cruise se mueve como pez en el agua en uno de los mejores papeles de su carrera. El conjunto lo completan secundarios de la talla de John Turturro o Forest Whitaker, en un rol que no es sino un oscuro reflejo del joven Felson, en una de las mejores escenas de toda la película, que con su "Are you a hustler?" saliendo de los labios de Newman (en versión original, por supuesto) nos remonta de una forma extraña a la genialidad en blanco y negro filmada por Robert Rossen. Para rematar, una espléndida banda sonora, con temas de Eric Clapton ("It`s in the way that you use it") o el maravilloso "Werewolves of London", del, por desgracia, casi desconocido Warren Zevon, que pone música a una de las escenas más recordadas de todo el film.

Siempre ha dicho Scorsese que esta película es producto de una época de crisis creativa. Sinceramente, si esto es lo que entiende por crisis creativa, espero que siempre esté en crisis. "El color del dinero" es una espléndida enseñanza sobre la vida, una clase magistral sobre esa filosofía del billar tras la que andamos muchos y volver a verla, el mejor homenaje que se le puede hacer a uno de los mejores actores que pasearon por delante de la cámara.


TITULO ORIGINAL: The Color of Money
AÑO: 1986
DURACIÓN: 117 min
PAÍS: EE.UU.
DIRECTOR: Martin Scorsese
GUIÓN: Richard Price (Novela: Walter Tevis)
MÚSICA: Robbie Robertson
FOTOGRAFÍA: Michael Ballhaus
REPARTO: Paul Newman, Tom Cruise, Mary Elizabeth Mastrantonio, John Turturro, Helen Shaver, Forest Whitaker, Bill Cobbs, Keith McCready
PRODUCTORA: Touchstone Pictures / Silver Screen Partners
II



viernes, 19 de diciembre de 2008

¡Feliz Navidad!

Lo prometido es deuda. Queridos amigos, aquí está mi tarjeta de Navidad para todos vosotros, una tontería de vídeo que os he montado. Como me dijo el bueno de Agustín, que tengáis un 2009 de humo, para que siempre vayáis subiendo. ¡Feliz Navidad!

martes, 16 de diciembre de 2008

¡Vaya personajes! - III -

La historia de Jeff Lebowski, el Nota




“Quiero hablarles de un tipo que vivía allá, en el Oeste; un tipo llamado Jeff Lebowski. Al menos, ese fue el nombre que le dieron sus amorosos padres, pero nunca supo muy bien qué hacer con él. Este Lebowski se hacía llamar “El Nota”, así, “El Nota”. En mi pueblo nadie se pondría semejante nombre.

Había muchas cosas de “El Nota” que no tenían mucho sentido para mí, y lo mismo pienso de la ciudad donde vivía. Tal vez sea esa la razón por la que aquel condenado lugar me pareció tan interesante. Lo llaman la ciudad de Los Angeles. Esa no fue precisamente la impresión que me dio, pero reconozco que hay buena gente por allí.

Mentiría si dijera que he estado en Londres; nunca he estado en Francia, y no he visto a ninguna reina en paños menores, como dijo aquel. Pero les diré algo. Después de conocer Los Angeles, esta historia que me dispongo a relatar, creo que he visto algo más asombroso que cualquier cosa que hayan podido ver en uno de esos lugares, y además, en mi idioma. Así que puedo morir con una sonrisa sin tener la sensación de que el Señor me la ha jugado.
Bien, pues esta historia que les voy a contar, tuvo lugar a comienzos de los 90. Eran los días de nuestro conflicto con Sadam y los iraquíes. Lo menciono solo porque a veces hay un hombre -no diré un héroe, porque, ¿qué es un héroe?-. Pero a veces, hay un hombre, y aquí me estoy refiriendo al Nota, a veces hay un hombre que es... el hombre de ese momento y ese lugar, está en su sitio, y ese es el Nota, en Los Ángeles. Y aunque sea un auténtico vago, y el Nota ciertamente lo era, seguramente, el hombre más vago del condado de Los Ángeles, lo cual le convierte en favorito para el título de hombre más vago del mundo. Pero, a veces hay un hombre, a veces hay un hombre… vaya, he perdido el hilo. Pero qué demonios, ya lo he presentado bastante.”

domingo, 14 de diciembre de 2008

Póker


"Escuchad, así es el juego: si no distingues al primo en la primera media hora de partida, es que el primo eres tú."


Mike McDermott (Matt Damon en "Rounders")

viernes, 12 de diciembre de 2008

Tarjetas de Navidad

Llegó el momento. Diciembre es el único mes del año en el que encuentro algo más que facturas en el buzón del estanco. Además de los pagos ahora hay tarjetas de Navidad.


Apenas llevamos dos semanas de mes y ya he recibido una docena. La mayoría son de los proveedores, compañías de tabaco y de accesorios para el fumador. Esas, por supuesto, van directas a la basura. Ni una palabra amable en todo el año y ahora me desean Felices Fiestas. ¡Anda ya!

Pero luego están las que envían los buenos amigos. Esas cuentan grandes historias, deslizan emociones y hablan, en unas poquitas líneas, de todo un año de marrones y días de suerte. Me gusta abrirlas mientras tomo café, y siempre dejo una o dos para el día siguiente, por si no llegaran más. Ya es costumbre comprar veinte o treinta tarjetas nada más empezar el mes, y así tengo siempre reservas para contestar, entre cliente y cliente. Es de lo poco que me gusta de la Navidad.

De todas formas, es que tengo grandes amigos, y así cualquiera es feliz, sea el mes que sea. Se me ocurrió hablarles sobre las tarjetas porque ayer mismo entró un cliente, Agustín, un señor ya mayor, de sesenta y tantos, con un paquetito envuelto con motivos navideños. Me tendío el artefacto y lo abrí. Era un enorme tarjetón que había hecho con una caja de puros que yo mismo le había vendido. La había decorado con recortes de periódico y lentejuelas, o yo qué sé. Había dibujado una cajetilla de 'Lucky' y un cenicero con un pitillo encendido y al lado, la mejor dedicatoria que he leído en mucho tiempo:

"Por un año de humo: siempre subiendo, Auggie"

Una gozada. De inmediato hice un hueco en el mostrador, y ahí se va a quedar, para darme ánimos.

A mis amigos de este blog también quiero regalarles una tarjeta de Navidad. Estoy preparándola. No sean impacientes.

martes, 9 de diciembre de 2008

domingo, 7 de diciembre de 2008

¡Vaya personajes! - II -

La historia de Bobby, el Tintas


De entre todas las vidas que he conocido por boca de los asiduos al estanco, ésta es sin duda la más sorprendente. Me la contó Juan, un agente de la Policía Judicial que curraba en Estupefacientes. Resulta que este Tintas era un chileno que trabajaba de vendedor en una de esas enormes tiendas de suministros de oficina. No tenía que hacer gran cosa, solamente acarrear cajas y preparar los pedidos, pero siempre se quejaba de que le pagaban de menos por ser del otro lado del charco.

Así que este tipo, el Tintas, decidió que lo de los folios y las grapas era perder el tiempo, y comenzó a pensar en dar un toque 'alternativo' a los pedidos de papelería. Hizo algunos contactos con camellos de envergadura menor, y pidió al jefe que le trasladase al equipo que repartía los paquetes a las oficinas, un puesto peor pagado, pero que utilizó para trabajarse a los ejecutivos sedientos de droga segura. 

Al cabo de tres meses tenía montado todo el tinglado. La cosa funcionaba: Bobby compraba cocaína y anfetaminas a los camellos y las distribuía camufladas dentro de los objetos del pedido, cobrándolas casi al doble. Los clientes estaban encantados de obtener su 'mierda' con tanta seguridad. Como solía ocultar la droga en cartuchos para impresora, pronto le apodaron el Tintas. 

Pero Bobby, que no había visto "Uno de los nuestros", no sabía que el dinero ganado con el crimen no debe gastarse sin medida. Pronto su jefe empezó a recelar, y movido por su ímpetu 'anti-panchitos' consiguió que la Autoridad tomara interés por el caso, y el Tintas terminó entre rejas. 

Ya ven, todo está inventado, así que, hagan lo que hagan, aunque sea legal, ándense con ojo, porque hasta la más brillante de las ideas puede fastidiarse.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Looking for Richard





















FICHA TÉCNICA:

TITULO ORIGINAL: Looking for Richard
AÑO: 1996  DURACIÓN: 112 min.
PAÍS: Estados Unidos.
DIRECTOR: Al Pacino.
GUIÓN: Al Pacino & Frederic Kimball (Teatro: William Shakespeare).
MÚSICA: Howard Shore.
FOTOGRAFÍA: Robert Leacock, Nina Kedrem.
REPARTO: Al Pacino, Alec Baldwin, Kevin Spacey, Winona Ryder, Estelle Parsons, Penelope Allen, Kevin Conway, Harris Yulin, Gordon MacDonald, Madison Arnold, Vincent Angell, Timmy Prairie, Larry Bryggman, Phil Parosili.



Aunque yo no calificaría esta película como "Apta para todos los públicos", lo cierto es que "Looking for Richard" es una de esas rarezas que encumbran al cine a lo más alto de la creación artística, pero a base de sacrificar a conciencia cualquier pretensión comercial. 


Y ojo, que no es que yo sea uno de esos críticos que les considera a ustedes, pobres mortales que ven películas de Bruce Willis, unos auténticos indeseables. Por supuesto que no, pero díganme, ¿quién va a ir al cine a tragarse una peli de unos tipos que quieren adaptar "Ricardo III" y no saben cómo? Parece un tostón, ¿eh? Equivocación.

Al Pacino está monstruoso -pero terriblemente contundente-, dentro y fuera de la interpretación del bueno de Ricardo, y ofrece una dirección muy avispada. El arranque tipo documental va dando paso a la pieza teatral en sí, hasta la muerte de Ricardo. Cuenta además con momentos divertidos, esos en que los actores buscan y rebuscan el modo de combinar "eso" (Shakespeare) con "esto" (los chavales con la gorra hacia atrás). El reparto tiene entre sus filas a grandes como Alec Baldwin, Kevin Spacey o Winona Ryder, a quien Pacino enfrenta con el dramatismo shakespeariano y del que consiguen salir airosos. 

Y al final, se consigue el objetivo: en la reflexión que pedía "Ricardo III" se involucra el espectador, quien goza con tan brillante -y complejo- ejercicio. 
"Un caballo, un caballo. Mi reino por un caballo." Fundamental.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

823


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lunes, 1 de diciembre de 2008

¡Vaya personajes! - I -


La historia de Ruiz, el Chispas

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Algunas personas, y yo lo siento por ellas, no dan demasiado de sí. Ruiz, el Chispas, es una de esas. El Chispas tiene unos treinta tacos y es uno de esos tipos a los que no se les conoce oficio ni beneficio; va y viene por la ciudad, entra en el estanco, compra mucho tabaco, da media vuelta, se sienta en un banco, fuma, se levanta y camina, fuma, un chato de vino, fuma, y a comer. En esencia, algo por el estilo. Pues resulta que este Chispas se mueve de una forma extraña, como dando brincos, y esto es consecuencia del suceso que le valió el apodo.

Tendría unos dieciseis cuando ocurrió. Por aquellos tiempos, el Chispas empezaba a conocer las bondades del sexo opuesto, y solía llevar siempre consigo su mejor sonrisa y su mejor caña de pescar cada vez que salía con sus amigos. Poco tiempo antes de Navidad, "El chispas" comenzó a salir con una chica bien mirada por todos, pero las semana fueron pasando, y ella se comportaba de manera indulgente, lo que aventuraba el fin de la relación.

Y un buen día, todo se fue al garete. El Chispas, realmente dolido por la pérdida de su maravillosa muchacha, salió de casa una mañana de enero, y deambuló por las calles, como hace ahora. Cuanto más andaba, más negro lo veía todo. En un intento desesperado por hallar alivio, el chaval decidió quitarse la vida trepando a una torre eléctrica. Pero eso también le salió mal, y cuando iba por la mitad, un fuerte latigazo le recorrió el cuerpo y cayó. La descarga no le mató, aunque se rompió las dos piernas. El Chispas pasó dos meses en un hospital y otro más aprendiendo a andar. 

Y es que hay gente que no da más de sí, y que hasta para suicidarse tiene mala suerte. 






sábado, 29 de noviembre de 2008

El hombre de Chinatown






- La vida no es como tus novelas.
- Nunca es como una novela.












Llevada a la gran pantalla en 1982 de la mano de Francis Ford Coppola, y dirigida por Wim Wenders, “Hammett” (o “El hombre de Chinatown”, como fue traducida), cuenta lo que podría ser una más de las historias del escritor de novela negra Samuel Dashiell Hammett. La diferencia: ahora él es protagonista.

El autor de “Cosecha roja” y “El halcón maltés”, trabajó durante ocho años como detective, lo que le dio cierta experiencia que llevó a sus relato; aunque Hammett nunca vivió en los mundos de violencia, sobornos, mentiras y bandas enfrentadas que se leen en sus obras, y sus casos fueron mucho menos virulentos. Tal vez sea esa la razón de la película, el rendirle un merecido homenaje -darle una oportunidad de entrar en acción- a quien es, junto con Raymond Chandler, el precursor de la moderna novela negra.  

Escogido directamente por Coppola, John Barry pone la música. Piano y clarinete, temas muy inspirados y que nos llevan de página en página, de encuadre en encuadre, con la misma lógica y el mismo peso dramático que la historia misma. Sin duda, la música es en “El hombre de Chinatown” pieza clave. Barry supo demostrar su pericia, lo que valió que Coppola le encargara las bandas de sonido de “Cotton Club” y “Peggy Sue se casó”. El propio Wenders, quien no estaba muy animado con la idea de Barry, sucumbió al escuchar el tema de prueba.

Si la música recrea la substancia última de este asedio a la pantalla del autor americano, la trama queda embebida de los ambientes que, no sin esfuerzo y peleas con Coppola, logró crear Wenders. El director alemán, quizás no muy fiel a su estilo, volcó en cada localización la dureza y los contrastes del género negro anterior, respetando el tempo y el color de las novelas de Hammett.

Y precisamente, ese buen hacer, que consigue que el espectador-lector perciba al mismo tiempo los personajes y las secuencias de los relatos y la personalidad, mitad real y mitad ficticia, de Hammett, se puede ver también en la interpretación y caracterización de un Frederick Forrest impecable en ese papel tan peculiar. Además del protagonista, detectives privados, canallas, mujeres, policías, aprovechados, etc. Todos amigos o enemigos. Todos perfectamente extraídos de entre las páginas amarillentas de algún olvidado manuscrito de los años treinta. Si se está atento y se conoce la obra de Dashiell Hammett, es incluso posible encontrar a alguno de sus personajes, como a ese Max Thaler, apodado Susurro, de “Cosecha roja”. 
En definitiva, una película digna de ser vista, no con admiración pero sí con curiosidad, por los amantes del género negro novelado, que encontrarán un Hammett en el papel de “El Agente de la Continental” de sus libros, que tal vez él siempre quiso ser y no pudo. 

Y a pesar del diálogo que abría estas líneas, todo termina con un “The end” escrito a máquina que funde a negro.

FICHA TÉCNICA:
TITULO ORIGINAL: Hammett.
AÑO: 1982.
DURACIÓN: 97 min. 
PAÍS: Estados Unidos.
DIRECTOR Wim Wenders.
GUIÓN: Ross Thomas & Dennis O'Flaherty (Novela: Joe Gores)
MÚSICA:John Barry.
FOTOGRAFÍA: Joseph F. Biroc & Philip H. Lathrop
REPARTO: Frederic Forrest, Peter Boyle, Marilu Henner, Roy Kinnear, Lydia Lei, Elisha Cook, RG Armstrong, Richard Bradford, Sylvia Sidney, Samuel Fuller, Ross Thomas
PRODUCTORA: Zoetrope Studios

miércoles, 26 de noviembre de 2008

El agente del gran Bob II (Una historia de Hollywood)


Y una mierda. Tú no puedes tener ese cliente. No, a mí no me engañas, Ari. Siempre fuiste un timador. ¿Crees que porque vengas con ese traje y con manicura francesa me voy a creer que representas a Bob DeNiro? Que te jodan, Ari.

Tú siempre confiando, ¿eh? Bueno, no te culpo. Este mar está lleno de tiburones, hay que andarse con cuidado. En fin, ya sabía que esto iba a pasar, pero esperaba no tener que enseñártelo. Toma, una copia del contrato. ¿También quieres comprobar la firma?

Por mí que no quede. Joder... esto tiene que ser una broma.

Ninguna broma, viejo amigo. Estoy en el negocio de Hollywood y mamo de los gozosos pechos del gran Bob.

Por favor, no hagas que forme esa imagen en mi cabeza. Dime la verdad, lo emborrachaste, ¿no? Bueno, qué más da. Habla.

Perfecto. Como imaginas, Bob quiere entrar en la película. Obviamente no hemos podido leer el guión, pero sabe que hay algún papel para él. Siempre lo hay.

¿Y si esta vez no?

Siempre lo hay. Y si no, se escribe. ¿Qué pasa, no lo quieres en la película? ¿Acaso no quieres ganar dinero? Dios mío, ¿es que te has vuelto comunista?

Que te jodan otra vez. DeNiro siempre significa exigencias. Ese tipo se creyó demasiado lo de Vito Corleone, y a mí nadie me toca los cojones.

Sigue siendo dinero.

Ya tengo dinero. Lo que no necesito es alguien que se crea mi jefe.

Vamos, sabes que su nombre en el cartel merece la pena. Además, esta vez sólo pide una cosa.

¿Qué?

Scorsese tras la cámara.

No jodas.

Pues sí. Hace ya tiempo que no busca un proyecto para volver con Martin. Últimamente sus trabajos no gustan demasiado, sabe que si hace algo con él, triunfará. Y más después del Óscar de Martin por Infiltrados. Piénsalo, puede ser la bomba.

Sí, la bomba atómica. No lo veo posible.

¿Qué? ¿Pero qué dices? Leo, Bob y Martin. El director con sus dos chicos preferidos. Eso rompería taquillas.

Lo que romperán será mi cara si llamo a Martin. No nos llevamos muy bien desde que le pedí que se metiera el guión de Kundum por el culo.

Oh, oh. Pues tienes un problema.

domingo, 23 de noviembre de 2008

El último golpe


"Es el amor lo que mueve al mundo... El amor al dinero."

Un ladrón de la vieja escuela que ha cometido un error. Un mafioso de medio metro que tiene la sartén por el mango. Un joven impetuoso con ganas de destacar. Un robo por todo lo alto, lingotes de oro en paradero desconocido y, por supuesto, falsas apariencias y traición por todas partes.

Una auténtica pieza de museo nacida de la pluma del director y escritor David Mamet (autor del guión de "Los intocables de Eliot Ness), que reúne todos los ingredientes básicos de las viejas películas de género para crear un maravilloso juego de engaños por donde pasean estafadores, mafiosos y ladrones. Mamet nos sumerge en una historia plagada de amoralidad, pero sin darnos tiempo a tomar oxígeno, y pronto el espectador se ve inmerso en el aparatoso robo de unos lingotes de oro que permanecerán mucho tiempo ocultos, y por los que se sucederán una serie de acontecimientos que pondrán a prueba la frialdad y los nervios de Joe Moore (Gene Hackman), un ladrón de los de antes que no tiene un pelo de tonto.

A un soberbio guión que destaca por sus giros inesperados (bueno, algunos no tanto) se le une las impagables actuaciones de Gene Hackman (el eterno "Popeye" Doyle de "French connection") que desborda la pantalla en su papel del viejo profesional hastiado, y Danny DeVito, ese enano con tamaño en proporción indirecta con su talento, que viste chaleco ajustado para recordarnos que estamos ante una vieja historia de hampones que no se fían ni de su sombra, y con razón. Completan el cocktail secundarios de la talla de Delroy Lindo y algún asiduo de Mamet, como Ricky Jay, además de un Sam Rockwell que destacará en otra de timadores, "Los impostores", esta vez a las órdenes del mayor de los Scott. (Quizás se echa de menos a otro de los habituales de Mamet, Joe Mantegna, que brilla en otras películas del autor como "Casa de juegos" y "Homicidio").

Dos horas de genial cine negro en estado puro que nos vuelve a brindar Mr. Mamet para disfrute de los espectadores, que permanecerán pegados a la pantalla de principio a fin, aunque tan sólo sea para saber dónde está el maldito oro, eso sí, sin confiar nunca en nadie.

TITULO ORIGINAL: Heist
AÑO: 2001
DURACIÓN: 107 min.
DIRECTOR:David Mamet
GUIÓN: David Mamet
MÚSICA: Theodore Shapiro
FOTOGRAFÍA: Robert Elswit
REPARTO: Gene Hackman, Danny DeVito, Delroy Lindo, Sam Rockwell, Ricky Jay, Rebecca Pidgeon, Patti Lupone
PRODUCTORA: Warner Bros. Pictures

jueves, 20 de noviembre de 2008

"¿Lloras por haberte vendido a Hollywood? Tú no eres el puto Faulkner"


No es algo precisamente nuevo. Se necesita dinero para vivir. Y dedicarse a darle a la tecla para escribir sólo lo que a uno le gustaría no siempre sale rentable. Así que, los escritores, seres excepcionales para algunos y simples vividores para otros, han visto en Hollywood un filón, un lugar donde refugiarse cuando las cosas no van bien, las deudas aprietan y los ingresos que produce una novela cada tres años no son suficientes para pagar las deudas, las botellas, las chicas o simplemente, las facturas. Por otro lado, la industria del cine ha posado sus ojos en estos profesionales de la palabra y ha encontrado la forma de aportar prestigio a sus proyectos, o simplemente un soplo de aire fresco entre tanto juntaletras demasiado acostumbrado a la estructura de un guión. Ha ocurrido así siempre y hoy en día no tenía razón alguna para ser diferente.

La historia de los escritores que aparcan sus proyectos para dedicarse al cine viene de antiguo y podemos encontrar algunos de los grandes nombres de la literatura, incluyendo a un premio Nobel, el gran William Faulkner, que adaptó "El sueño eterno", primera novela de otro mítico autor que tuvo que tragarse sus principios para poder llenar sus bolsillos, Raymond Chandler, que escribió de su puño y letra "La dalia azul" y se vio obligado a adaptar una novela de la que tiempo atrás había echado pestes, "Pacto de sangre" junto a Billy Wilder para dar lugar a una de las películas más sonadas del cine negro clásico, "Perdición". Si Faulkner se lamentó siempre de su colaboración con la industria, Chandler se vengó. La novela "La hermana pequeña" fue su última carcajada en la pelea que siempre mantuvo con el mundo del celuloide. Pero no fue el único, John Fante plasmó en "Sueños de Bunker Hill" la decepción de sus tiempos de guionista. Otros menos glamurosos también han servido a Hollywood: es el caso del tardíamente recuperado Jim Thompson, quien escribió para Kubrick "Senderos de gloria"; el tristemente infravalorado Marc Behm; o uno de los más famosos escritores borrachos, Charles Bukowski, que, siguiendo su costumbre, escribió el guión de "El borracho", una historia protagonizada por Mickey Rourke sobre sus historias de juventud. El viejo Hank también trató de lavarse el asco que le producía haberse vendido al cine con su novela "Hollywood", donde contaba sus experiencias durante el rodaje. Más recientemente, nos encontramos al gran James Ellroy, quizá el mejor escritor de novela negra contemporáneo (autor de L.A. Confidential, una obra maestra que fue llevada al cine con más que magnífico resultado) que hace poco firmó el guión de "Dueños de la calle", una película que podía haber dado para muchísimo más (y debería, teniendo en cuenta la calidad del autor del libreto) si tan sólo algún productor no hubiese metido la mano para hacer el filme "más comercial".

Y ahora, a toda esta lista, podemos añadir uno más: David Lindsay-Abaire, ganador del premio Pulitzer en 2007 por su obra "Rabbit Hole" y ahora guionista de "Spiderman 4", cuyo estreno se espera para 2011. ¿Escribirá Abaire alguna obra sobre el mundillo de Hollywood? ¿Preferirá lamentarse o el dinero que recibirá a cambio acallará todo atisbo de remordimiento? Tal vez, y esto seguro que dependiendo de las críticas que reciba la película, se dedique a dar charlas en librerías de Los Ángeles y se cague en el cine, como hacía David Duchovny en "Californication", que es quién recibía la perla que es el título de este post.

lunes, 17 de noviembre de 2008

Con el vaso medio vacío


"¿Sabes? Si te digo la verdad, muchacho, no sé cómo llegué aquí. Hace tiempo que en mi memoria sólo estoy yo, en esta mesa, sentado delante de un vaso medio vacío. Tú acabarás igual, si vives el tiempo suficiente y recuerda que hay peores formas de acabar, creéme. Una botella, cigarrillos y recuerdos. Es una combinación peligrosa, al menos tanto como lo puede ser cualquier otra. Y en el fondo, siempre me consideré un nostálgico. ¿Sabes? Willy Pep dijo que primero pierdes los reflejos, después las piernas y por último, los amigos. Y a mí no me queda nada de eso. Pero a otros les queda mucho menos. Buenos y malos tipos, ni mejores ni peores que nadie. Jugaban sus cartas, como todos. O por lo menos, como la mayoría. Unos tuvieron suerte y otros no. Unos recibieron lo que se merecían y otros todo lo contrario. Pero de eso hace ya mucho tiempo y no importa. Lo único que importa es que ya no están aquí. Y yo sigo aquí. Me dedico a contar su historia."

viernes, 14 de noviembre de 2008

El agente del gran Bob (Una historia de Hollywood)


¿Qué coño haces tú aquí? ¿Es que han quitado el cartel de "Prohibido perros"?

¿Así saludas a los amigos, Meyer?

Ya nadie me llama Meyer. Deberías saberlo, Ari.

Es verdad. Lo olvidaba. Ahora eres Don Importante, el señor Productor de los Grandes Estudios. El Rey Midas de Hollywood, o al menos eso decía "Enquire", ¿no?

¿Has venido a recitarme mis nombres?

Joder, siempre igual, directo al grano. Recuerdo cuando éramos críos, allá en Boyle Heights...

Boyle Heights queda muy lejos, Ari. Casi tanto como tú de mí.

Vaya, ¿los viejos tiempos te ponen agresivo? De todas formas que le den a Boyle Heights, ahora no hay más que negros raperos con cadenas al cuello y zapatillas cuatro tallas más grandes. Qué coño, ahora estamos en Hollywood.

¿Perdona? Yo estoy en Hollywood. Tú te largaste al este, a descubrir "estrellas de Broadway", ¿no era ese tu gran plan?

Gané mucho, creéme.

Tú sueldo de un año en Nueva York es la propina de una camarera en cualquier restaurante de Hollywood Boulebard. Y ahora dime de una puta vez, QUE COÑO QUIERES.

Está bien, está bien. Hablemos de negocios. Se rumorea que estás moviendo los hilos de un nuevo proyecto. Con DiCaprio.

Los rumores vuelan en esta ciudad, ¿eh? No deberías hacer caso de todo lo que oyes, Ari. Podrías quedar muy mal ante el actorzuelo principiante de tercera fila que tienes como cliente. Dile de mi parte, y aplícate el cuento, que esta ciudad no es para novatillos.

Siento defraudarte, pero se acabaron los principiantes, y el teatro.

¿Ah, sí? ¿Qué pasó? ¿Una de esas golfas ecologistas que representabas por fin te pegó la sífilis?

Muy gracioso, pero no. He entrado en el cine. Y ya sabes, si vas a golpear primero, mejor que sea fuerte. Mi cliente es importante.

Define importante.

Digamos que es un tipo de Oscar. Ah, y como tu chico, también le cae muy bien a Scorsese.

No jodas que...

Exacto. El gran Bob. El jodido Robert DeNiro. Y ahora que, ¿te apetece hablar de negocios, o sigues queriendo que me marche?

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Ingresó cadáver


La mesa del depósito está fría. Pero ya no me importa. Me podría haber importado tres días antes, cuando aquella monada rubia entró por la puerta de mi despacho con aquella carita de damisela en apuros y aquel vestido tan corto. Y si entonces hubiese hecho caso a mi intuición y me hubiera largado de allí, no habría descubierto que la mesa está fría. Al menos, no de momento. Sin embargo, mi intuición no pudo hacer mucho ante la sensación que quemaba mi cuello al ver aquellas piernas cruzarse en el sillón destinado a los clientes, y cuando la preciosidad abrió la boca en busca de protección y consuelo, tuve que recurrir al whisky para no caer en coma allí mismo. Después buscó en su bolso hasta encontrar una foto y, pasándomela por encima del escritorio, me dijo que tenía mucho miedo. Concentré mi atención a duras penas en la foto. Conocía al mastodonte que me miraba desde ella con aspecto mezquino, Dos Toneladas Galento, un auténtico tipo duro con el que era mejor no cruzarse. Yo sabía todo aquello, y aún así no pude evitar que salieran de mis labios aquellas palabras fatales que la convirtieron en mi último cliente. Hasta aquí, pude evitar todo lo que vino después al menos en un par de ocasiones, pero el movimiento de aquellas caderas al salir del despacho acabaron con cualquier posibilidad de hacerlo. Hay quien lo llama destino, yo prefiero darle su verdadero nombre: estupidez.

lunes, 10 de noviembre de 2008

El tres es un buen número

El gallinero apestaba y no estaba abandonado. Eso significaba que si hacíamos el mínimo ruido podríamos despertar al dueño, en la casa, y tener más de un problema. De los tres que estábamos, Robledo era el único que podía dormir tranquilo; ni Pádules ni yo podíamos matarlo. Había pasado de ser un cordero camino del matadero a un intocable y nosotros dos, ex – camaradas de la 5ª del ejército republicano, no teníamos ninguna razón para estar vivos.

Me pasé las primeras horas examinando a Pádules, que estaba a menos de un paso frente a mí. Ni él me quitaba ojo ni yo bajaba la mirada. En algún momento le echaría huevos y lo mataría. De hecho ya tenía la mano preparada en el mango del machete. Ahora bien ¿Cuándo debía hacerlo? Cualquier instante era igual que el anterior.

Respiré, apreté el puño que tenía libre y le escupí a la cara. Eso me hizo ganar unas décimas de segundo en las que Pádules estaba desconcertado. Para cuando se había quitado mi lapo ya estaba encima de él con mi hoja en su gaznate. Me daba asco estar tan cerca de él y sólo quería cargármelo. Le tapé la boca para evitar que chillara y miré alrededor para asegurarme de que Robledo seguía dormido. Era el momento. Sin embargo el maricón no tenía miedo. Es más, parecía que me estaba chuleando. Ni siquiera hacía un mínimo de fuerza para evitar mi machete.

Por un lado
me estaba poniendo de muy mala hostia. Por el otro me picaba la curiosidad ¿Cómo puede estar tan campante un tío al que me voy a cargar? Por un momento llegué a pensar que había puesto el filo del revés o que alguien me apuntaba. Volví a mirar a mi alrededor y todo seguía tal cual estaba antes. El cabrón de Pádules seguía como si nada. Entonces le quité la mano de la boca:

- ¿Qué cojones te pasa?
- Que no me vas a matar, eso me pasa, que como me rajes media, mañana te matará el nacional, y si no lo hace él, el resto de la división te terminará encontrando… me necesitas, capullo, me necesitas más que a tu polla para salir de aquí.

Ese hijo de puta tenía razón. Tres es un buen número. Porque Robledo podría llegar sin mí hasta la guita. Y sin Pádules yo era un estorbo fácil de eliminar para él. Así que necesitábamos ser dos parásitos en el reparto del dinero para poder hacerle frente al nacional, que en el fondo era el único realmente autosuficiente. Conclusión; que estábamos bien siendo los que éramos y que lo mejor que podíamos hacer era aprovechar las pocas horas que quedaban antes de amanecer para dormir.

Se hizo de día. Nos despertó el gallo y el olor a mierda. Levantamos rápido y nos marchamos antes de que llegara nadie.

sábado, 8 de noviembre de 2008

Triste, solitario y final


"Hasta la vista, amigo. No le digo adiós. Se lo dije cuando tenía algún significado. Se lo dije cuando era triste, solitario y final."

"El largo adiós", Raymond Chandler

1952

miércoles, 5 de noviembre de 2008

De Sergio Leone a "Camela"



Efectivamente, queridos clientes, hay un abismo. Pero bueno, para este alegato en favor del western nos sirve especialmente esta tan llamativa diferencia. 

Todo viene de antiguo, de cuando había mucha tierra que no era de nadie, y se podía comprar media hectárea por un dólar y veinticinco centavos. Muchos tipos sucios y crueles vagando por campos secos, y algún que otro muchacho de bellos ideales. Y al igual que nosotros tenemos nuestros romances de gesta, con el Cid a la cabeza, los estadounidenses tienen su propio negocio: la conquista del Oeste. 

La diferencia es que ellos han sabido dejar detrás de estas hazañas, o anécdotas si se prefiere, todo una letanía de grandes películas. Y de entre todas, el otro día recordaba una de mis favoritas, que hizo un italiano, pero que sirve igual. El bueno, el feo y el malo, es ante todo maravillosa película de aventuras. Cerró, en 1966, la llamada "Trilogía del dólar" o "Trilogía del hombre sin nombre", que integraba junto a Por un puñado de dólares, de 1964, y La muerte tenía un precio, de 1965. No puede haber mejor final, con esa escena en el camposanto, un círculo de muerte, a vida o muerte, buscando el tesoro enterrado. Véase, abriendo estas líneas, la magnífica fotografía de ese duelo final.

Y lejos de pretender hacer una exégesis de la cinta, tan sólo me gustaría que se cautivasen, queridos clientes, con la música que el genio, el maestro, el colosal Ennio Morricone compuso para el film. Aunque de sobre conocia, merece la pena ver esta versión con orquesta. Y luego, si tienen valor suficiente, comparen con el vídeo de Camela



PRECAUCIÓN: El siguiente vídeo musical ("Cuando zarpa el amor" - Camela) no es apto para todos los públicos.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Holmes: progreso por vía parenteral

"Sherlock Holmes extrajo un frasco de un anaquel y la jeringa hipodérmica de su estuche. Con sus dedos largos, blancos y nerviosos, ajustó la delicada aguja y se enrolló la manga izquierda de su camisa. Durante un momento sus ojos se apoyaron pensativamente en su brazo nervudo, lleno de manchas y con innumerables cicatrices, causadas por las frecuentes inyecciones. Finalmente se introdujo la aguja delgada, presionó el pequeño pistón, se la sacó, y se dejó caer en un sillón forrado de terciopelo, con un profundo suspiro de satisfacción.

Tres veces al día, durante muchos meses, había sido yo testigo de este espectáculo, pero, a pesar de ello, no me resignaba a seguir viéndolo. Por el contrario, día con día me sentía más irritado a su vista. (...) aquella tarde, sea a causa del vino que había tomado en el almuerzo, o a la exasperación que me produjo su actitud exageradamente deliberada, sentí que no podía resistir más tiempo.

-¿Qué es ahora? -pregunté-. ¿Morfina o cocaína?

Levantó los ojos lánguidamente del viejo volumen recubierto de negro que había abierto.

-Es cocaína -me dijo-, una solución al 7 por ciento. ¿Quiere usted probarla?

-No, gracias -contesté por brusquedad-. (...)

-Quizá tenga razón, Watson -dijo-. Supongo que la cocaína es perjudicial. Sin embargo, la he encontrado tan estimulante y benéfica para la mente, que su acción secundaria carece de importancia para mí.

-¡Pero, considere usted las consecuencias! -dije con pesar-. ¡Calcule lo que va a costarle a la larga! Su cerebro puede ser despertado y excitado como usted dice, pero mediante un proceso patológico y morboso, que entraña un creciente cambio de los tejidos y puede producir una debilidad mental permanente. (...)

-Mi mente -dijo- se rebela a estar ociosa. Déme problemas, déme trabajo, déme el más complicado de los criptogramas, o el análisis más intrincado, y me sentiré en mi atmósfera natural. Entonces puedo pasármela sin estimulantes artificiales. Pero aborrezco la rutina monótona de la existencia. Tengo hambre de exaltación mental. Por eso he escogido esta profesión particular... o más bien, la he creado... porque soy el único en el mundo que la practica."

"El signo de los cuatro", Sir Arthur Conan Doyle


sábado, 1 de noviembre de 2008

El oro de Punta Carchuna

La mayoría de los niños de Punta Carchuna eran hijos de algún cura. Por esa zona el clero se había llegado a arrogar algo así como un “derecho de pernada” eclesial y la iglesia contaba con riquezas incalculables fruto de años de expolio a placer. Después llegó la república y rodaron cabezas. La masa se alzó contra los meapilas cabrones y les cortaron la polla a todos, literalmente.


El oro expoliado fue devuelto al pueblo o, dicho de otra forma, trasladado al ayuntamiento. Con la guerra llegaron los anarquistas y volvieron a mover las riquezas a la iglesia, que habían convertido en una casa de putas. Si el plan de Robledo funcionaba seríamos tres desertores ricos viviendo en Argentina. Aunque tomar un pueblo no era fácil.

Por otro lado no dejaba de darme vueltas en la cabeza la idea de cómo repartir el tesoro. Había suficiente para dos ex – republicanos y un ex – nacional pero ¿Realmente era necesario contar con Pádules? Era mi compañero de sección. Nunca supe si era rojo por convicción o por circunstancias. Lo cierto es que de estar en tiempos de paz, no se le habría dejado entrar en el Partido Comunista. No tenía mujer conocida y sí bastantes rumores a sus espaldas que confirmaban que era un bujarra. El problema es que estábamos en guerra y en esos momentos no importa si eres un enfermo mental con tal de que sepas matar fascistas.

Tendría unos veinte años, delgadito, bajito, con manos de pianista, pelo oscuro y mirada de desviado. Ahora que habíamos salido de la contienda no era más que un estorbo a la hora de repartir el botín. Porque Robledo era necesario para guiarme hasta la guita pero ¿Para qué me hacía falta un maricón? Definitivamente Pádules debía morir.

Pensaba esto mientras pasábamos la noche en un gallinero cercano al olivar. Los tres juntos; el facha, el invertido y yo. Resulta irónico que el único que dormía tranquilo era Robledo porque sabía que era imprescindible. Éramos nosotros, los que al principio luchábamos en el mismo bando, los que queríamos matarnos. El estiércol apestaba y nadie se atrevía siquiera a encender un cigarrillo para no ser visto. En aquel momento habría dado lo que fuera por algo de anfetamina y un trago.

jueves, 30 de octubre de 2008

Hay rubias y rubias


"Hay rubias y rubias, y hoy es casi una palabra que se toma en broma. Todas las rubias tienen su no sé qué, excepto, tal vez, las metálicas, que son tan rubias como un zulú por debajo del color claro, y en cuanto al carácter, tan suave y blando como el empedrado de la acera. Existe la rubia pequeña y agradable, que gorjea como los pájaros, y la rubia alta y estatuaria, que lo envuelve a uno en una mirada azul de hielo. Existe la rubia que lo mira a uno de arri a abajo y tiene un perfume encantador y resplandece tenuemente y se cuelga del brazo y está siempre muy, muy cansada cuando usted la acompaña a su casa. Ella hace ese gesto de impotencia y tiene es maldito dolor de cabeza y a usted le gustaría aporrearla, aunque esté contennto de haber descubierto lo del dolor de cabeza antes de haber invertido en ella demasiado tiempo, dinero y esperanzas. Porque el dolor de cabeza siempre estará ahí, es un arma que nunca deja de usarse, y tan mortífera como la espada del asesino o el frasco de veneno de Lucrecia.

Existe la rubia dulce, dispuesta y aficionada a la bebida, y que no le importa lo que lleva puesto, siempre que sea visón, o adónde va, siempre que sea el Starlight Roof y hay mucho champaña seco. Existe la rubia pequeña y altiva que es una verdadera compañera y quiere pagar ella su cuenta y está llena de luz de sol y de sentido común, que sabe judo y puede lanzar el aire, por arriba del hombro, al conductor de un camión, sin perderse más de una frase del editorial del Saturday Review. Existe la rubia pálida, con anemia de tipo incurable, pero no fatal. Es muy lánguida y muy sombría y habla suavemente como salida de no sé dónde, y usted no le puede poner un dedo encima, en primer lugar porque no tiene ganas, y en segundo lugar porque ella está leyendo La tierra perdida, o Dante en el original, o Kafka, o Kierkegaard, o porque estudia dialecto provenzal. Adora la música, y cuando la Filarmónica de Nueva York está tocando Hindemith, ella puede decirle a usted cuál de los seis contrabajos entró un cuarto de tiempo más tarde. He oído decir que Toscanini también es capaz de ello. Eso quiere decir que son dos.

Y, por último, existe la muñeca maravillosa y encantadora que sobrevive a tres reyes del hampa y después se casa con un par de millonarios a un millón por cabeza y termina con una villa de color de rosa pálido en Cap d'Antibes, un coche Alfa Romeo completo, con chófer y acompañante, y una caballeriza de aristócratas enmohecidos a los que tratará con la atención distraída y afectuosa con que un anciano duque dice buenas noches a su criado"

"El largo adiós", Raymond Chandler

1952

miércoles, 29 de octubre de 2008

Putas, alcohol y libertad

Robledo era un carlista que se cagaba en Dios. La primera vez que lo vi estaba colgado de mi brazo y a punto de que lo fusiláramos. Éramos un pequeño grupo de la quinta división del ejército republicano al que nuestro “comisario político” (figura impuesta por el PCE para asegurar que no desertáramos) nos prohibía beber y tomar cualquier cosa que nos quitara las penas. Incluidos los refrigerios horizontales baratos. Eso no nos hacía mucha gracia. Y Robledo lo sabía.

Nos veía la cara de resentimientos mientras le conducíamos a algún olivar en las afueras del pueblo donde le habíamos capturado, en la provincia de Granada. Era verano del 37 y el Sol apretaba aunque fuera de noche. De Robledo solo sabía que se había cargado a varios de mis compañeros pero nunca le había visto actuar. Borracho, bajito, de mirada hundida, extremidades arqueadas y piel morena; me costaba pensar que alguien así pudiera sostener un fusil.

Era tan enclenque que en mitad del camino se cayó. Fúnez, el hombre cuyo trabajo era vigilarnos, no pudo reprimirse y se lió a patadas con ese despojo. De ahí pasó a puñetazos, lapos y posteriormente cortes con su navaja. Estaba dispuesto a matarlo ahí mismo y a todos nos parecía bien. Odiábamos a los nacionales tanto como a nuestro comisario político. También nos odiábamos entre nosotros. En general odiábamos todo.

En un clímax de sadismo, Fúnez cortó la mordaza de Robledo para escucharle gritar. Estoy seguro de que se le ponía dura cuando escuchaba sus gemidos. Y fue un error. Porque aquel carlista hijo de puta aprovechó que podía hablar para convencernos de que debíamos indultarle. Sus argumentos eran de peso; la promesa de putas, dinero y libertad si le seguíamos.

Excepto Fúnez, nadie tuvo reparos en unirse a la causa de aquel tipo; mucho más justa, apetecible y realista que la de los republicanos o los nacionales. Ante las críticas de nuestro comisario político, evitamos gastar balas. Le hundimos la cara en el barro hasta ahogarlo y nos aseguramos de que moría cuando después de seccionarle las orejas y quitarle todo lo que llevaba encima no se quejó.

Cinco minutos después desertábamos dos republicanos y un nacional para luchar por el valor más supremo; el interés propio.

martes, 28 de octubre de 2008

La prueba de fuego

Nunca mejor dicho. Quiero hablaros otra vez sobre la serie "Rescue me". Al igual que hice con vosotros, le he venido anunciando su existencia a muchos de los clientes del otro estanco, el del tabaco que me da de comer.

Ya se sabe...todos conocemos a alguno de esos que descartan películas, novelas o lo que sea de un zarpazo, sin haberse asomado siquiera, por si les gustaba. Pues bien, Ruiz, "El chispas", es de esos. Aprovecho para deciros que ya os contaré su terrible historia...

Pues este tío, que es un gran fumador desde su accidente eléctrico, entra hace unos días y suelta:

- ¡Cagüen, vaya con los bomberos! Tenías razón, Auggie.

Me confesó que se bajó el piloto "por hacerme caso", y que le gustó tanto que lo pasó realmente mal hasta que consiguió los siguientes.

- Lo que más me gusta, la canción del principio. No he visto una apertura tan buena en muchos años.

¡Qué desconfiado! Todo por no hacerle caso al viejo Auggie...¡Eh, vosotros, echadle una ojeada al vídeo, a ver si os recarga las pilas como a "El chipas"!


sábado, 25 de octubre de 2008

Cuando el antro sagrado cierra


Despuntando la madrugada. La hora bruja. Los vasos medio vacíos y en las barras sólo los bebedores profesionales, empeñados desde hace tiempo en buscar aquello que les falta en el fondo de la botella. Como ellos, yo llevaba ya un tiempo buscando, y tampoco encontraba nada. Estaba al fondo, sujetando la barra, sentado deliberadamente lejos del espejo colgado tras la barra unos metros más allá, una copa tras otra hasta no sentir la quemadura del cigarrillo olvidado entre mis dedos.

Entonces entró. Nadie entraba allí a esas horas. Aquello era el coto privado desde hacía un buen rato y nadie quería forasteros. Ni siquiera el dueño. Le bastaba con sus borrachos de siempre, solía decir, y aunque los borrachos nunca eran los mismos, entendía perfectamente lo que quería decir. Así que levanté la cabeza y traté de observar al recién llegado. Para cuando mis ojos consiguieron enfocar comprendí porque nadie había dicho nada, ni un sólo gruñido de disgusto. Aquel tipo era diferente. Alto, mucho más alto que nadie que haya conocido nunca y delgado. Parecía que acababa de escaparese de su propia tumba. Pero bajo todo eso, bajo la barba de varios días, las ojeras y la marcada red de capilares de la nariz que le identificaba como miembro del gremio, bajo las manchas de la camisa, las arrugas del traje y la raja del zapato derecho latía el corazón de un hombre que sabías que no iba a rendirse ante nada, nunca. Era evidente, te dabas cuenta nada más verlo.

Estuvo un rato allí, en la puerta, contemplando el bar como un rey admira sus dominios, y entonce se me acercó, andando como si todo el local le perteneciera, hasta sentarse a mi lado. Le hizo un gesto al camarero para que nos sirviera una ronda, a pesar de que yo aún no había terminado mi copa. Después de que nos sirvieran, le hice un vago gesto de agradecimiento haciendo uso de la poca educación que me quedaba a aquellas alturas, y ya iba a apoyar la frente en el antebrazo izquierdo, donde se había pasado descansando la mayor parte de la noche, cuando aquel tipo puso delante de mis ojos su mano izquierda. Quería que me diera cuenta de que llevaba anillo. Entonces se lo quitó con la otra mano y lo echó en su copa, levantó el vaso y lo fulminó de un trago. Cuando volvió a dejar el vaso sobre la barra, estaba completamente vacío.

Yo levanté la copa que me había pagado y tras beber a su salud nos quedamos mirándonos. Por un momento quise darle la mano, y me atrevería a jurar que el también estuvo tentado, pero nos limitamos a asentir y él salió de allí para no volver y yo volví a enterrar la cabeza en el brazo, para, con el paso de las horas estar cada vez menos seguro de si aquello fue o no real.