Café, conversación...

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viernes, 30 de enero de 2009

¿Qué es un Marine? - Generation Kill






De los creadores de "The Wire", David Simon y Ed Burns, la miniserie de TV "Generation Kill". Basada en el libro de Evan Wright, y producida por la prestigiosa HBO, duarante 7 capítulos cuenta las aventuras de un batallón de Marines en la Guerra de Iraq. Un periodista de la "Rolling Stone" viaja con ellos en el asalto a Bagdag, tomando nota de la crónica.



Las peripecias y aberraciones militares son la base de las historias que dan forma a la serie: soldados inexpertos y chalados, mandos que se la juegan y van a saco, materiales que no llegan, falta de respeto, tácticas absurdas, etc. Como adelanta el tráiler: "La nueva cara del ejército americano". Arena, polvo, sudor... no sería extraño que a alguno acabara los capítulos con el dolor de cabeza propio de llevar el casco todo el día. Y es que el realismo es la marca de estos dos genios de la televisión que, por cierto, ya preparan próximo proyecto: una visión sobre la ciudad de Nueva Orleans tras el azote del Katrina.



Al final del último capítulo, una voz en off explica qué es un Marine de los Estados Unidos:



"Nací el 10 de noviembre de 1775 en el cráter de una bomba. Mi madre era un M-16 y mi padre el Diablo. Cada movimiento de mi vida es una amenaza para la tuya. Como alambre de espino y meo napalm, y puedo darle un tiro en el culo a un piojo a 300 metros. Recorro el mundo persiguiendo antiamericanos. Me mueve el amor de madre, los Chevrolet, el béisbol y la tarte de manzana. Soy un bruto. Soy ese hijo de puta sucio, asqueroso, maloliente, sudoroso, repugannte y guapo, que lleva más de 200 años alejando el lobo de la puerta. Soy un Marine de los Estados Unidos. Parecemos soldaos y hablamos como marineros, pero les damos mil vueltas a los dos. Les robamos el águila a las Fuerza Aéreas, la cuerda al Ejército y el ancla a la Armada. Y el séptimo día, cuando Dios descansó, nosotros nos situamos en el perímetro, y desde entonces dirigimos la función. Guerrero de día, amante de noche, borracho a capricho y Marine por la Gracia de Dios. Sempre fidelis."

miércoles, 28 de enero de 2009

La ley de la selva


"El juego está ahí fuera y, o juegas o te la juegan."

Omar (Michael K. Williams en "The Wire")

jueves, 22 de enero de 2009

The Wire



Una serie de policías. ¿Otra más? Nada más lejos. Porque "The Wire" es La Serie de Policías. Allá por la década de los ochenta, cuando Internet no era más que un sueño y el único móvil era el teléfono que tenía el cable un poco más largo, un policía de Baltimore, veterano de Vietnam, era un especialista en un nuevo método policial: las escuchas telefónicas. Este policía era Ed Burns, un tipo que sabía que en las nuevas tecnologías había un filón para la investigación policial. Un periodista de la crónica negra de la ciudad, David Simon, se enteró de su historia y quiso conocerle. Burns reaccionó con recelo ante este acercamiento, pues sabía que, "una vez dicho, nada es off the record". Sin embargo, no tardó en surgir la amistad: les unían las ganas de contar las cosas como eran, sin adornos. De esa colaboración surgió, años después, un libro: "The corner", un análisis sobre el mercado de la droga en Baltimore. Una cadena se interesó en ese libro, la HBO, y encargó una miniserie que, a día de hoy, permanece casi desconocida.


Burns y Simon, entusiasmados con el rumbo que estaban tomando las cosas, presentaron un proyecto mucho más ambicioso a la cadena de pago: una serie completa, basada en el mismo tema, titulada "The Wire".


El resultado es la que muchos consideran la mejor serie de la historia. Cinco temporadas sobre la guerra de la policía contra el tráfico de drogas. Nada más. A primera vista, parece un argumento muy trillado. Sin embargo, es diferente a todas las series sobre policías. "The Wire" huye del formato "caso de la semana" para contarnos, en cada una de sus temporadas (de unos trece capítulos) un caso, un único caso. Órdenes judiciales, aparatos de escucha, turnos de vigilancia... al realismo del trabajo policial se le une una galería de personajes perfectamente dibujados, donde no existe ni blanco ni negro, solamente gris. Un gris que lo inunda todo, un mundo donde la corrupción salpica a cualquiera. Nadie es lo que parece.


Un soberbio guión, secundado por el trabajo actoral de unos desconocidos para el gran público en su mayoría. Dominic West como el agente James McNulty, policía sediento de gloria y alcohol, o Wood Harris como Avon Barksdale, rey de la droga de Baltimore, encabezan un reparto donde, realmente, todos son protagonistas, y cada personaje goza de una profundidad que ya desearían la mayoría de las series para sus protagonistas.


Hasta la cabecera de la serie es, con perdón de la de "Los Soprano", la mejor que he visto (todas ellas, porque hay una diferente para cada temporada). Como ha dicho algún crítico: "si sólo dispone de una hora a la semana para ver la televisión, inviértala en The Wire".



lunes, 19 de enero de 2009

Edgar Allan Poe, bicentenario de una leyenda


Hace doscientos años nacía en Boston el que por muchos es considerado el primer auténtico escritor de Estados Unidos. Crítico, periodista, poeta, maestro del género de terror, fue el primer estadounidense que decidió hacer de la escritura su forma de vida. Borracho, loco, fue hallado el 3 de octubre de 1849 por las calles de Baltimore, totalmente desorientado, con una ropa que no era suya y, según cuentan, llamando desesperadamente a un tal Reynolds, un explorador polar que había servido de inspiración para la que fue su única novela: "La narración de Arthur Gordon Pym". Los informes médicos se perdieron, y la causa exacta de la muerte sigue sin conocerse, y se apunta a causas como el delirium tremens, la tuberculosis o un tumor cerebral (incluso hay quien afirma que Poe fue embriagado para que votara varias veces en las elecciones al Congreso que se celebraban esos días, una práctica muy frecuente por entonces).
A su entierro acudieron cuatro personas. Hoy le adoran millones de lectores. Bromas macabras de la literatura y de la vida. Pero a pesar de todo, incluso hoy sigue rodeado de misterio, y es que desde hace casi cincuenta años, todos los 19 de enero una sombra sigilosa se desliza por el camposanto de la ciudad de Baltimore ,donde reposan sus restos, e, indetectable para el resto de visitantes, deposita sobre su lápida tres rosas y una botella de cognac. ¿Llevará consigo un gato negro?

sábado, 17 de enero de 2009

Maldonado tomando té

Ansiaba el escape, y el soberbio vapor acabó por empañarle las gafas. Mientras, Maldonado vertía el té, hasta llenar apenas media taza. En cierta ocasión había escuchado que el té tenía que ser bebido de tres veces, y por eso siempre se esforzaba en conseguir las tres medidas de una única tetera. 

Colocó el sobre de azúcar intacto en paralelo con la cucharilla, sobre el platito. Asió la taza y miró al frente, al tiempo que sorbía el primer trago, amargo, como el nacimiento. 

La caja registradora abierta, y el camarero haciendo números junto a una caja de lata verde. La música era bastante mala: fantasías de jóvenes prodigios de la canción ligera para todos los públicos. La pieza de acero de detrás de las botellas le devolvía guiños distorsionados del movimiento al fondo del local. Pero él se interesó por la suerte del dinero de la recaudación. Sus pensamientos quedaban ocultos por el vaho del té, mientras perdía la cuenta de los billetes de diez. 

La taza volvió al platito. Maldonado sopesó la tetera tratando de adivinar. Quedarse sin suficiente líquido para el último trago sería dar al traste con el ritual. Fue vertiendo té, poco a poco, muy concentrado, olvidando por un instante lo que le había llevado hasta allí. Después tomó el sobre de azúcar, que fue rasgado. Mantuvo la tensión. La segunda taza debía tomarse azucarada, pero no mucho; equilibrada, como ha de ser la vida de un hombre. 

Removió con resolución y bebió. La canción terminó y fue relevada por otra que le hizo levantar una ceja. La dejó así al oír la voz de una muchacha, seguramente hermosa. Trató de identificarla en el embrollo que se reflejaba delante de él, pero el ángulo no era el correcto, y lo dejó pasar sin girarse. Bebió. 

Taza final. El té, el azúcar volcado de golpe, la cucharilla. Agitó el contenido una y otra vez hasta que se dio cuenta de que el camarero le estaba observando con curiosidad. Maldonado le quitó importancia, y se aseguró de que todas las partículas se habían disuelto. Según sabía, el último trago debía ser dulce, muy dulce, como lo era sin duda la muerte. 

Hizo cesar el movimiento. Repicó en la porcelana para limpiar la cucharilla y devolvió ésta a su lugar. De nuevo reía la muchacha. Se sintió confiado. Tomó la taza, y dio media vuelta en el taburete. Recostándose en la acolchada arista de la barra, interrogó a la joven con la mirada. Era realmente extraordinaria. Bebió hasta los últimos momentos de su té. La taza pasó al platito sin que él cejase en su actitud. Un puñado de posos diminutos dio el último giro dentro de la taza. Se juntaron en el centro. A él la boca le rezumaba calidez. 

El billete cubría cinco veces la deuda contraída con la casa. Sin pestañear, tal vez para hacer acopio de los últimos segundos de la muchacha, anduvo hacia la puerta. Diez minutos después se escucharon sirenas. Pero esta vez no le buscaban a él.

martes, 13 de enero de 2009

Hitchcock y la ineficacia


Siempre insisto en que es necesario echar un vistazo, y en su caso leer con detenimiento, los prólogos de los libros Se descubren cosas realmente interesantes, como en esta ocasión. Alfred Hitchcock escribió las palabras que siguen como prólogo al libro "Pausa para un crimen", en el que el cineasta publicó catorce relatos cortos de grandes autores del género de misterio. Verdaderamente, estoy convencido de que este hombre tenía un concepto muy particular de las personas y de la sociedad. Observen:

"Mi amigo Frockton se quejaba no hace mucho de la ineficacia. No de la suya, ciertamente. En el caso que nos ocupa, la ineficacia procedía del servicio de encargos por correo de un vivero de plantas. Lo que al final se convirtió para él en una experiencia angustiosa, comenzó el día que se le ocurrió encargar un seto. En su lugar, recibió un montón de asteres en plena floración que, de haber sido plantados habrían ocupado todo el estado de Rhode Island. La experiencia demuestra que cuando un disparate de tal calibre comienza no hay forma de ponerle fin. Las cartas de indignación que Frockton envió al vivero no dieron como resultado el envío del seto codiciado, sino el de cajas adicionales de flores no deseadas. Cuando el asunto por fin terminó, con la rendición de Frockton, éste estaba hasta el gorro de sus asteres, ya equilibrados en número por las enredaderas de madreselvas, las heliopsis y las azaleas.

Menciono la queja de Frockton porque me da la oportunidad de exponer una de mis más queridas convicciones. A saber, que la ineficacia, lejos de constituir una maldición, es una de las bendiciones más espléndidas que ha recibido la humanidad. La explicación es muy sencilla. La ineficacia mantiene ocupadas y remuneradas a personas que, de lo contrario, cometerían todo tipo de maldades. Estoy convencido: la alternativa a la ineficacia es el desempleo masivo.

Consideremos el asunto de Frockton. Supongamos que todo se hubiera producido de acuerdo con el plan establecido. Un trabajador del vivero recibe el encargo de Frockton, toma nota y lo cursa. ya tenemos una persona que al menos ha sido empleada productivamente durante diez minutos. La eficacia está servida. Pero ¿con qué objeto? El hombre se había comportado como un autómata sin otra finalidad que la de lograr que Frockton recibiera su seto antes de que cayesen las primeras heladas asesinas.

Especulemos ahora con lo que realmente sucedió. El Empleado Número Uno recibe el encargo de Frockton. En ese momento está haciendo el diagrama de una entrada en forma de T para el Empleado Número Dos, un entusiasta del fútbol americano, y utiliza el papel de Frockton para representar un placaje. En el choque consiguiente de los dos equipos, hay un cierto número de pedidos que resultan lesionados, por así decirlo, el de Frockton entre ellos. Y cuando se recomponen ya no son lo que eran. Por consiguiente, un señor de Utah recibe el seto de Frockton, y éste, como ya sabemos, es el receptor de los asteres del caballero de Utah.

Lo que para Utah y Frockton no es más que una tragedia insignificante, para la humanidad, insisto, representa un pequelo paso adelante. En lugar de un empleado, han sido dos los implicados de manera activa, y, acaso lo mejor de todo, se ha consumido una hora y cuarto de un molesto excedente de tiempo.

En su debido momento, el Empleado Número Tres de la sección de pedidos por correo del vivero, cuya obligación es responder a las airadas quejas de los clientes, recibe la carta de Frockton. Entonces se pone en contacto con el Empleado Número Uno, quien de inmediato consulta al Empleado Número Dos. Trabajando los tres en equipo averiguan la causa del error. Se examinan con atención todos los pedidos y se reúnen todas las piezas como corresponde. Si éstas encajan, hay que creer que se ha solucionado el problema. El seto de Frockton se envía rápidamente -a una señora de Ohio- y el caballero de Utah recibe una carta en la que se le presentan excusas, junto con un paquete repleto de picea azul. Y, como ya sabemos, un fardo de las mejores madreselvas llega a casa de Frockton.

Así, tres empleados han estado implicados en se meritorio esfuerzo al tiempo que se ha dado una utilidad constructiva a un día que, de lo contrario, habría sido totalmente estéril.

No have falta imaginación alguna para adivinar la causa de que a Frockton le enviaran finalmente las heliopsis y las azaleas -y de que sorprendidos jardinaros de todos el país encontrases en sus respectivos buzones los setos de Frockton en el correo de la mañana-. Podemos conjeturar que, cuando la segunda carta en que Frockton mostraba su contrariedad llegó al vivero, el equipo de cargos medios de la organización tomó las riendas del asunto. Decidió poner en marcha estudios relativos al tiempo y a la acción, que fueron realizados por los Empleados Cuatro a Once. A los Empleados Doce a Diecinueve se les encargó que constituyeran una unidad de contrainteligencia que investigase la posibilidad de que los "errores" fueran el resultado de alguna clase de espionaje industrial.

Y, por supuesto, cuando llegó la tercera carta de Frockton se desató la crisis. Entonces decidió intervenir la gerencia, se reorganizó todo el cuadro directivo de los niveles medios hacia abajo, y el nuevo equipo tomó la trascendente decisión de mover tres pasos a la izquierda el refrigerador de agua.

Por lo tanto, graicas a la ineficacia, innumerables empleados estuvieron ocupados durante meses, lo que a mi juicio demuestra con bastante claridad que en un mundo tan enormemente superpoblado el número de chapuceros nunca es suficiente."

domingo, 11 de enero de 2009

Me gusta el cine clásico




Siempre estoy dando el coñazo con lo mismo. Los parroquianos ya se saben la cantinela y no suelen sacar el tema. Prefieren que hablemos de fútbol, del Gobierno o de las operaciones negras de la CIA. Pero esta vez el tema salió solo, más o menos, y no se han librado. Mi regalo de Reyes de este año ha sido una fotografía de la película "My Darling Clementine", es decir, "Pasión de los fuertes", de John Ford. Ahí está Henry Fonda, interpretando a Wyatt Earp, sentado en el porche, viendo cómo se complican las cosas. Decidí colgarla en alguna pared, y cuando empezó a llegar todo el mundo, pues se montó.

El primero en liarla fue Luisete. Le despacho su cartón de Lucky y me suelta: "Nada, Auggie, por mucho que me pongas ahí a ese guaperas, no me voy a cambiar al Marlboro". Naturalmente, le pregunté que de qué diablos estaba hablando, y él me señaló al bueno de Fonda. "Ya sabes, el hombre Marlboro".

¡Lo que hay que ver! Por supuesto, monté en cólera. Calculo que mi sermón sobre el salvaje Oeste, sobre el maestro Ford, sobre John Wayne, James Stewart y William Holden duró unos doce o quince minutos. Tiempo suficiente para que el estanco viera llegar a otros tres de mis clientes. Tuvimos conversación hasta la hora de cerrar.

Lo siento, pero es superior a mis fuerzas: me gusta el cine clásico. Y no únicamente el western, sino que mis películas favoritas son títulos como "Casablanca", "El tercer hombre", "Sed de mal" o "Vértigo", grandes títulos que comparten honores con otros de realizadores tan brillantes como Ford, Howard Hawks, Billy Wilder o el mismísimo Charles Chaplin.

Hay algo irrepetible en aquellas películas. Quizá sea el sabor de otros tiempos, de otros modos de ver la vida, de otros valores y otras costumbres. Supongo que todo eso también lo recogen las cámaras. Como homenaje, este vídeo que he encontrado, con el que he disfrutado recordando tantos y tantos filmes inconmensurables.

martes, 6 de enero de 2009

Fedor Dostoievsky



“Estoy convencido de que ninguno de nuestros autores, antiguos o modernos, ha escrito en las condiciones en las que yo vivo constantemente.” (F.D. 1866)


Hijo de un terrateniente, Fedor nació en Moscú en noviembre de
 1821. A pesar de su disgusto, estudió ingeniería. Su madre fallece en 1831 debido a la tuberculosis, y en 1839 muere su padre, aparentemente a manos de sus propios siervos. Tras terminar sus estudios, y hasta 1944 trabajará como ingeniero para el ejército. Precisamente de ese año es su primera novela, “Pobres gentes”. De espiritualidad cristiana, pronto comienza a abrazar las ideas socialistas, y acude cada viernes a reuniones clandestinas.

A causa de todo ello, en 1849 es arrestado, y Dostoievsky protagoniza una de esas historias memorables. Una mañana, él y un grupo de presos son dirigidos al patio de la prisión. Van a ser fusilados. Tres de los presos son colocados ante los mosquetes. Dostoievsky sabe que después será su turno. Tan sólo unos segundos antes de la descarga, un soldado entra corriendo con la orden del zar: se conmuta la pena. A cambio, Fedor es dirigido a Siberia para realizar trabajos forzados. En el campo, entra en contacto con ladrones y asesinos. A riesgo de ser castigado, comienza a escribir un diario: no comprende que hay en la mente de los hombres, de sus compañeros presos. Ve claro que sólo el sufrimiento –que él mismo padece- es capaz de reconducirles.

Su estancia en Siberia le marcará profundamente, aumentando su gusto por los caracteres fuertes y los recovecos del alma. En 1857 contrae nupcias con María Dmítrievna Isáyeva, una mujer enferma de tuberculosis. Los años posteriores a 1862 serán el torbellino que le llevará a través de las penurias y de las grandes novelas. Comienza a viajar por Europa, visitando casinos. Fedor pierde a la ruleta grandes sumas, después de jugar durante días enteros. En una carta describe cómo está convencido de poder calcular, si se concentra, el lugar donde parará la bola. En 1864

muere su mujer y su hermano, y el escritor ha de hacerse cargo de su viuda e hijos. Acosado por las deudas, vuelve a Europa, donde empieza a verse con una mujer, Paulina Súslova, modelo de mujer infernal, un carácter que atraía siempre a Dostoievsky. 

Siguen las pérdidas. De vuelta a San Petersburgo, en julio de 1865 acepta un compromiso editorial con Stellovski, concediéndole la exclusiva de sus obras ya publicadas y ofreciéndole una novela inédita antes del 1 de noviembre de 1866. El no cumplimiento del contrato supondría la pérdida de los derecho y de los anticipos. Dostoievsky se la juega, y cobra de otro editor los anticipos por el lo que iba a ser “Crimen y castigo”. Tenía menos de un año para entregar dos novelas. Contrata a Anna Snitkina, una joven taquígrafa a quien dicta entre el 4 y el 29 de octubre de 1866 la novela “El jugador”, un recorrido por sus recuerdos y desgracias con el juego. En febrero se casará por segunda vez, con Anna.

Fedor sufre cada vez más a causa de su epilepsia, con ataques que le dejan indispuestos por varios días. A pesar de todo, en la década 1867-1877 escribe diez novelas. El mismo confiesa que sus mejores escenas y personajes fueron creados en los momentos de mayor sufrimiento. Desde 1973 hasta su muerte en 1881 publica “Diario de un escritor”. Aunque la estructura del periódico solía cambiar en cada entrega, incluía cartas, opiniones sobre temas de la actualidad rusa y relatos cortos. Tuvo gran éxito. En 1879 ve la luz su novela “Los hermanos Karamazov” obra que termina por afianzar a Dostoievsky como gran autor ruso.

Dostoievsky está influido por sus vivencias más que por otros autores. Su búsqueda de razones para la maldad, la autodestrucción o el peligro de la vida, queda volcada en sus novelas. Sus páginas están llenas de su propios días, de un Dios que viene y va, de apuros y desventuras, de sufrimiento, del San Petersburgo sucio y aterrador y de la Rusiamalherida. Una referencia clara allí, en lo más hondo del XIX, fue su quehacer literario un incansable indagar en el alma humana, en las abruptas situaciones que desencadena y en las terribles consecuencias que desarrolla. Murió a los 59 años, un 28 de enero de 1881.

sábado, 3 de enero de 2009

Razón de más



La biblioteca estaba abierta desde las 7:30, muy pronto incluso para nosotros. Durante media hora permanecía desierta, y éramos dueños de un silencio que hacíamos añicos a placer. Como en una suerte de ritual iniciático, la cantinela se repetía sin apenas variaciones. 

 

El primero en llegar era Arnold Farr, un tipo de Delaware demasiado pobre y demasiado judío como para estudiar en una de las grandes universidades del país. Irremediablemente nos esperaba con su ordenador portátil sobre las rodillas, con cara de póker, muy serio, golpeando las teclas como si en ello le fuera la vida. 

 

...y estamos en un escenario donde, cada vez con mayor fuerza, los poderes públicos interfieren en las vidas y negocios de los individuos, pero sin que éstos cumplan con su responsabilidad de controlar la cosa pública; no solo sucede esto en los Estados Unidos, sino en la mayor parte de las democracias...

 

Los otros dos de nosotros, Lee y yo, solíamos encontrarnos antes de entrar en la Facultad. Los abuelos de Lee eran japoneses, y aunque él no sentía ninguna clase de apego por aquel país, conservaba ese rictus protocolario que allí adoptan en toda ocasión. Llevaba sus cosas en una vieja bolsa marrón, y las manos en los bolsillos. En cuanto a mí, me limito a transcribir lo que allí se dijo. Aunque de vez en cuando aportaba algo -solía encargarme de las biografías y de algún que otro reportaje-, mi trabajo era aprender de aquellas dos cabezas y publicar sus conclusiones.

 

 

-          Así no vamos a ninguna parte. - dijo Lee con seriedad. Accionaba con frenesí el ordenador para subir y bajar el texto por la pantalla. - No me gusta, cámbialo.

-          No sé a qué te refieres…lo que pone es cierto. La libertad política está viéndose comprometida a una velocidad que asusta…al menos a mí.

-          Que sí, que sí, pero no estás siendo contundente. Tienes…que construir mejor el ataque.

-          No entiendo.

-          Joder, Arnie, lo hemos hablado más de cien veces. ¿Crees que con escribir verdades basta? ¡Hay que lograr introducir confrontación, por el amor de Dios! - Arnie pega un brinco en su asiento.

-          No consigo entender esa manía tuya. ¡Esto no es un libelo!

-          Baja la voz, ¿quieres? Primero, por supuesto que no lo es. Estamos haciendo algo bastante importante, no un simple panfleto. Tenemos una tirada de 950 ejemplares, y las descargas de nuestra web llegan a las 700 diarias. ¡Gente del todo el país nos sigue cada semana!

-          Pues lo que yo digo, que este estilo es el que gusta. No entiendo por qué dices que…

-          Y segundo, sabes perfectamente que eres mejor que yo escribiendo y pensando. Tus ideas me superan, qué quieres que te diga. Pero has de reconocer que para lograr el dinamismo que pretendemos con la revista tenemos que ir más allá de la mera exposición de hechos.

-          No, sí eso es correcto. ¿Crees que es un problema de estética?

-          Tal vez lo sea. Estamos siendo precisos en la argumentación política, no veo inconveniente en explotar la potencia de esas ideas utilizando ciertos golpes de estilo.

-          Espera, espera. Entonces lo que dices es que para hacer llegar el mensaje hace falta disfrazarlo un poco.

-          Exacto, solamente así se logra inducir la opinión. No es cuestión de mentir, pero la sombra de ojos y el colorete ayudan a razonar.

-          Ya, pero no deberíamos usar ese camino. Lo nuestro es introducir en la sociedad una serie de ideas políticas.

-          Razón de más.

 

jueves, 1 de enero de 2009

Otro año, otra promesa


Feliz Año, Auggie.

Igualmente, muchacho. ¿Lo de siempre?

No, nada de tabaco. Dame unos caramelos o algo así.

¿Otra vez lo dejas?

Sí, pero esta vez es la definitiva. Lo dejo, eh, lo dejo. Se acabó. Ayer fumé mi último cigarrillo.

El último, ¿eh? Eso suele ser cuando te mueres. Tú estás bien, ¿no?

Estupendamente. Y mejor que voy a estar. Se acabó el toser al subir un tramo de escaleras y se acabó...

Ya, ya. Oye, dices lo mismo todos los años. Mira, yo te pongo los dos paquetes de Marlboro, gratis. Regalo de la casa. Y si no los quieres, pues los tiras a la basura.

Tú estás intentando tentarme. Tranquilo, no voy a dejar de ser tu cliente.

Estoy tranquilo. Y no, no quiero tentarte. Pero sé lo que va a pasar. Mira, conozco a un tipo que dice que lo va a dejar dos veces a la semana. Está fumando un cigarrillo y dice: "el domingo lo dejo" Y cuando vuelvo a verle, siempre tiene un pitillo colgándole de los labios. "Joder, para eso no digas nada", le suelto. Y el cabrón siempre me larga una sonrisilla y se lleva su mercancía. Mira, si vas a fumar, fuma. Y si lo vas a dejar, déjalo. Pero no digas que lo vas a hacer.

¿Cuál, dejarlo?

Cualquier cosa. Simplemente, házlo.