Café, conversación...

Café, conversación...

viernes, 31 de agosto de 2007

La camiseta de Bruce Willis



Puede que enciendas cerillas en tu barba de dos días. Puede que desayunes formol con trocitos de vidrio. Puede que te laves los dientes con gasolina. Puede que bebas chupitos de alcohol de quemar. Pero si no tienes la camiseta sucia, nunca serás tan duro como Bruce Willis.


¿Quién no conoce al actor estadounidense? ¿Cómo olvidar al protagonista de "El último boy scout", "Persecución mortal", "Doce monos", "El último hombre"...? ¿O su papel como Butch Coolidge en la mítica "Pulp Fiction"? Sin embargo, a pesar de todos estos títulos, Bruce Willis siempre será recordado como el policía John McClane, protagonista de la saga "La jungla de cristal", referencia inexcusable para el cine de tipos duros.


John McClane, el hombre que siempre está en el lugar equivocado en el momento equivocado. El policía que en cada entrega se convierte en héroe. Uno de esos tipos a los que nadie quiere pisar sin querer. El icono cinematográfico más representativo de la época Reagan, un individuo normal que se ve envuelto en una situación peligrosa en la que no hay más que una solución: combatir el fuego con el fuego, abstenerse tipos delicados.


Sin embargo, John McClane no es como otros duros al uso. No es sino un antihéroe, a dos pasos de convertirse en alcohólico (según él mismo a un sólo paso), con un cigarrillo en los labios, humor caústico y una camiseta sucia. McClane no es un James Bond, es un tipo de carne y hueso, que suda, sufre y sangra. Para ello basta la prueba de que en "La jungla de cristal" (Die hard, 1988) se pasa gran parte de la cinta sin zapatos, y por ello se corta los pies con cristales. Cuenta únicamente con sus puños y su pistola para enfrentarse a los malos. Sin duda, la saga de La Jungla (de la que mi favorita es, por supuesto, "Jungla de cristal: La venganza" (Die hard with vengeance, 1995) es el máximo referente del cine de acción antes de que las artes marciales acaben con los tipos duros de verdad, esos que no saben luchar de forma elegante, sólo saben matar, pegar una calada y soltar una frase ingeniosa.





Yipi ka yey, hijo de puta.

martes, 28 de agosto de 2007

Cosas que odio

La gente que no odia nada





Hoy voy a hablar de otra cosa que odio. Me gusta hablar de cosas que odio porque todos odiamos algo. Todos sin excepción. Pero hay una serie de tipejos, de títeres, de caricaturas que pretenden fingir no odiar nada.


Si, todos sabéis a que me refiero. A la típica niña con la sonrisa impresa en su jodida cara bonita. La niña con la ropa de colores alegres, con la voz alegre, con la mirada alegre, incluso con su puto culo alegre a la que todo la parece bien. Que nunca está enfadada. Que cae bien a todo el mundo. Que podría llegar Hitler, explicarla todo lo que le gusta hacer a los judíos y que ella esbozara su sonrisita falsa y un "¡Que interesante! ¡Como mola", con esa voz infantil que tan bien sabe poner.
Creo que ya nos situamos. Todos conocemos alguna de estas criaturas. Hijas de la corrección política, del flower power y de su putísima madre. Que confunden tener una menta abierta con carecer de criterio.



Encima es acojonante ver como en cualquier sitio donde estén, a todo el mundo se les cae la baba. Por que, huelga decir que todas estas chicas tampax tienen un cuerpo escultural. Tal vez con poco pecho pero si un vientre bien moldeado, carita infantil y algún que otro piercing en alguna parte del cuerpo. Porque llevar piercings es "guay". Y no llevarlos "también es guay". Porque todo "mola".
Pero en realidad no os dejéis engañar. No. Tan solo es un papel el que interpretan. Un papel estereotipado que da buen resultado. Y lo peor es que sabe Dios que cojones hay tras esa máscara de "buen rollito". Pero algo hay. Detrás de esa sonrisa falsa, más falsa que el alma de Judas hay una mujer que odia cosas, como todos. Que puede estar pensando "¡Menudo gilipollas" cuando te mira a la cara, pero que nunca lo sabrás.



Y cuando alguien oculta algo, es porque tiene algo que ocultar. Y las cosas que se ocultan suelen ser cosas que es mejor que no se sepan porque son aberrantes. Así que es más que probable que alguna tipeja de estas oculte algo malo, peor que lo que podamos tener cualquiera de nosotros, con nuestras miserias, nuestra mierda y nuestras manías.



Por eso no me fío de nadie que sea tan "alegre". Porque creo que es gente que puede ocultar las más sórdidas facetas de la condición humana tras su velo de optimismo. Puede ser que esté pensando en someterte, seducirte, beberse tu alma y tu esencia para después, cuando se aburra de ti, partirte el corazón y dejarte jodido en la silla de alguna cafetería cualquier domingo de madrugada mientras te lanza su encantadora sonrisa.
Es gente patética a la par que peligrosa.


Por eso, a ellas va dirigida esta entrada. Me gustaría ver como consiguen forzar su imperturbable semblante feliz al acabar de leer esto. Mientras están jodidas por dentro, odiando mucho más de lo que cualquier otro ser humano pueda odiar.

sábado, 25 de agosto de 2007

Cosas que odio

La gente que pronuncia "seso" en vez de "sexo"

Sabéis todos a que me refiero. A todos esos profesores, tipejos que salen por la TV, colegas, compañeros de trabajo, capullos en definitiva, que se ponen a hablar de cosas "picantes". Se creen muy modernos por ser capaz de charlar sobre pollas, tetas, culos y todo ese rollo sin ruborizarse, sin sentirse violentos, ni usar "tapujos", ni pedir discretamente que se cambie de tema de conversación.

Pero en realidad todo eso es mentira. En realidad se sienten tan avergonzados como los que más. Y pretenden disimularlo pero se les nota. No usan tapujos. Se limitan a pronunciar mal las palabras que en su opinión suenan más fuertes. Especialmente la palabra "sexo", que pasa a convertirse en "seso", por que suena menos provocadora.

Cuando la pronuncian, piensan que te están haciendo creer que el error de pronunciación es debido a que nos saben pronunciar bien la "x". Así inundan su discurso de "sesos" y "homosesuales". Lo repiten, reinciden, parece que les gustara como suena. Quieren demostrarte lo jodidamente modernos que son. Les parece muy provocador hacerlo. Creen que si algún antiguo les oye, se va a escandalizar por oírles. Por que piensan que la palabra "sexo", o "seso", es en sí una provocación. Por eso se autocensuran y sustituyen la primera por la segunda. Y aun así creen ser muy transgresores. Pero realmente son unos subnormales.

A mi no me escandalizan. Ni siquiera me dan nauseas. Simplemente me hacen reír. Cada vez que oigo a un soplapollas –porque no merece mejor calificativo- decir "seso", una y otra vez, aunque no venga a cuento, me descojono de él y pienso "menudo soplapollas, que se avergüenza de su condición de retrogrado y pretende ponerse la careta de moderno".

Entiendo a un retrógrado que se acepta a sí mismo. Que cuando la conversación le molesta, lo hace notar de una forma educada o que procura tratar los temas más fuertes de una forma elegante, evitando expresiones mal sonantes y alusiones desafortunadas. Pero no soporto al trasnochado que me intenta vender ser el más moderno del mundo. Se engaña a sí mismo y pretende engañar a los demás. Y eso es patético. Eso es una mentira de persona. Una vida de mentira.

Los que pronuncian "seso" en lugar de "sexo" son personas de mentira. Son patéticos.

jueves, 23 de agosto de 2007

El trago que nos dejamos en la botella


Pasaba todos los días por delante. Nos quedábamos mirando hasta que yo rebasaba el local. Él, siempre tras la barra, monarca de una tierra desolada. Yo, camino de mis asuntos. Jamás ví que hubiera más que dos clientes, y esto en los días más concurridos. El bar de al lado, más grande, más limpio, más elegante y con platos combinados en la carta le robaba todos los clientes.


Lo normal era verle allí, con camisa de manga corta hasta en enero y un trapo que rara vez abandonaba su hombro. Y a pesar de su soledad, nunca le vi ansioso porque entrara un cliente. Se había acostumbrado a que no entrara nadie, y le gustaba. Era el dueño de cuanto veía, y nadie invadía sus dominios. Era, tras una sucia y larga barra, el rey de un trocito inhóspito de mundo, separado del resto por una luna que siempre dió la impresión de haber conocido días mejores.


Siempre me cayó bien aquel tipo. A pesar de no sacar una mísera peseta del negocio, allí estaba todos los días. "No sé de qué vivirá este hombre", comentaba la gente. Yo empezaba a pensar que no necesitaba nada para vivir, salvo estar en su local. Siempre me gustó aquel sitio. La suciedad del suelo me recordaba a las cantinas del lejano oeste, y estaba seguro de que el barman me dedicaría la misma cara inexpresiva que se le dedicaba al Hombre Sin Nombre al entrar en aquellos tugurios, mientras me servía una copa de su whisky agrio.


Siempre quise entrar allí. Y nunca lo hice. Ahora es un Kebap, y con muchos clientes. Los trocos de carne asada han sustituido a las botellas llenas de polvo. Las salsas han ocupado el lugar donde antes estaban los vasos, esos que nadie usaba. El aroma de la comida ha suplantado al del cigarrillo. Y no sé nada de aquel tipo. En la botella quedo aquel trago que nunca nos tomamos. Adiós, amigo.

martes, 21 de agosto de 2007

Humo, azar... SMOKE


"En fin, cuando vas a morir qué es más importante, ¿un libro o un cigarrillo?"


Un novelista incapaz de escribir tras perder a su esposa. Un joven enigmático, que cambia de identidad para cada persona que conoce. Un padre ausente. Una mujer que vuelve después de muchos años, con una sorpresa. Un vendedor que fotografía todos los días el mismo lugar, a la misma hora. Las vidas de todos ellos se cruzan, y el azar hace que cambien el destino los unos de los otros.


En 1990, el director de cine Wayne Wang compra el periódico con la única intención de informarse sobre la Guerra del Golfo. Pero además de ello, encontra algo más. Un relato, escrito por un tal Paul Auster, que le seduce desde el primer momento. Se trataba de "El cuento de Navidad de Auggie Wren". Tiempo después, el director llama al escritor y le propone un guión basándose en esos personajes.


Auster, auto-denominado "un escritor muy poco cinematográfico", no dudó mucho antes de sentarse ante la máquina de escribir y, con el aroma de uno de sus puritos holandeses impregnando la habitación, crear un guión que bien podría haber sido otra más de sus novelas (cualquiera que haya leído "Brooklyn follies" detectará la más que evidente semejanza), y que no resulta más que una excusa para rendir tributo a su personaje más querido, auténtico protagonista de su obra, el azar.


En este caso el azar toma forma de establecimiento, el ESTANCO DE AUGGIE WREN, ese lugar donde todo el mundo entra y deja su huella, los extraños se encuentran y otros pasan el día charlando de béisbol o sobre las teorías conspiratorias del Pentágono. Y es en torno a este pequeño lugar, una insignificante tienda en una de las miles de esquinas de Brooklyn, donde se teje toda una telaraña entre los personajes, demostrándonos que nadie es un extraño, por mucho tiempo.


Sin embargo, Smoke no solamente es el resultado de un soberbio guión y una magnífica dirección plagada de sensibilidad (en la que Auster dirigió algunas escenas, aunque no está acreditado como tal en los créditos) , sino también de las brillantes actuaciones de un elenco de actores impresionantes, entre las que destacan William Hurt (en el papel de Paul Benjamin, nombre con el que Auster publicó su primera novela, "Jugada de presión", además de ser Benjamin el segundo nombre del autor), un enorme Forest Whitaker y el soberbio Harvey Keitel, en el papel de Auggie Wren, ese hombrecillo de camisas holgadas que vende cigarrillos y protagonista del mejor cuento de Navidad que hayas podido oír nunca, y además verídico.


Una película imprescindible para todo amante del universo Auster, para los aficionados al buen cine o para cualquiera que desee pasar un buen rato delante de la televisión. Una deliciosa fábula urbana, perfecta para ver en tardes lluviosas con un cigarrillo entre los labios.

jueves, 16 de agosto de 2007

That´s all right Mama


Hoy se cumplen treinta años de la desaparición del Rey. Digo la desaparición porque no me atrevería a afirmar a pies juntillas que aquel día de 1977 muriera Elvis Presley. Más que nada porque en Estados Unidos es perfectamente legal fingir tu propia muerte siempre y cuando tu familia no cobre el seguro de vida. Y la familia Presley aún no ha visto un duro de la aseguradora. Tampoco es que les haga mucha falta; solo con una pizca de los royalties que genera el rockero viviría holgadamente cualquier familia. Sin embargo ahí queda la duda ¿Murió o simplemente decidió dejar atrás toda esa vida de fans, drogas y excesos?

En menos de vinte años se convirtió en uno de los símbolos más importantes del siglo XX. Un antes y un después en la música popular que de repente, pasó a convertirse en un verdadero fenómeno de masas. Podríamos decir además, que este joven de Tupelo fué el precursor de el “cocktail” de “rock y sexo” que tanto juego le han sacado las pop Stars y las boy-bands de los noventa (Spice Girls, Take that, Britney Spears…). Porque los bailes sensuales y estrambóticos de Paulina Rubio y compañía no son más que la evolución de aquellos movimientos de cadera que escandalizaron a los sectores más retrógrados de la sociedad americana de la época.

Personalmente, mi historia con Elvis comenzó un día de todos los santos de 1995, cuando aburrido en mi casa, a mis ocho años, rebuscaba en un cajón de cassetes viejos de mis padres y encontraba una grabación en la que venía escrito a mano “Cara A: ELVIS PRESLEY/Cara B: THE BEATLES”. Pasó a convertirse en “mi cinta”. La música que sonaba una y otra vez en mi habitación. En cuanto acababa el “Rock de la cárcel (Jailhouse rock)” rebobinaba la cinta para volver a oírlo; así hasta el infinito (y más allá). De esta forma, Elvis se convirtió en uno de mis modelos masculinos a imitar. Me peinaba como el, intentando remarcar lo más posible un improvisado tupé que después mi madre me remodelaba para que no llamara demasiado la atención. Con el tiempo fui creciendo y madurando, sin embargo aún conservo ese tupé que –como todo el que me conoce sabe- forma ya parte de mi fisonomía.

Así que hoy he pensado que debía hacerle un pequeño homenaje en el estanco a este personaje tan significativo para mí. Y por eso a todos los que me estéis leyendo, os rogaría, pincharais el link que pongo a continuación y encendierais vuestros altavoces.




Se trata de “That´s all right Mama”, su primera canción; el tema con el que saltó a la fama. Ese famoso “regalo de cumpleaños” que Elvis Aaron Presley quiso hacer a su madre. Para mi, su mejor trabajo, el más fresco y el más sentido. Tan solo él y una guitarra acústica consiguieron cambiar la cultura pop para siempre.

lunes, 13 de agosto de 2007

Una noche en Tintín

Ayer estuve en Tintín. Había quedado con mi amigo Rodrigo y su caterva de mujeres (es decir, su novia y sus amigas). El hombre acaba de volver de la India, de grabar su primer largometraje documental y de paso, sonar los mocos a cuatro niños desnutridos en las calles de Bangalore (¿o es al revés?). Habíamos quedado en el Swels, un bar amplio, con un techo alto que permite que por mucha gente que haya nunca te sientas del todo agobiado. Aunque uno siempre siente cierta congoja al saber que como mínimo, se va a encontrar con tres compañeros de partido con tan solo dar un paseo hasta el cuarto de baño. Y así fue; no hago más que entrar y me encuentro, nada menos, que con el gran Alfonso. Hablamos lo que dura el cigarrillo que se enciende. Después, continúo paseando por el bosque de gente, en vano, porque no encuentro a Rodrigo. Salgo. Le llamo; ahora está en Tintín. ¡Mierda! Si hay un sitio a evitar en esta ciudad es ese local.

Tintín sería un fantástico bar/discoteca de no ser por la atronadora e incesante música (aunque parezca contradictorio, dicen los expertos que eso es melodía), la más que tenue luz azulada, la escasez de sillas y la densidad de gente. Bueno, tampoco echaría de menos una decoración algo más cuidada y menos de antro. De la música hablo otro día… El caso es que me planto en el tugurio. Gracias a Dios, el tipo de la puerta no me ve cara de niño y ni me pide “deneí” ni me obliga a dejarme ensuciar la mano con un ridículo sello. A eso lo llamo suerte.

Como era de esperar, a la puerta me encuentro con otro colega de Nuevas Generaciones; charla típica de verano “¿Estudiando mucho?”, “Lo justo, jajaja”, “Bueno a ver si quedamos uno de estos días”. No avanzo dos pasos, me encuentro con otro; la misma operación. Consigo llegar al fondo. Grito atronador “Rodriiiii”, abrazos, besos… en fin, lo que se espera para recibir a un amigo que acaba de volver de la India. Conversamos lo que nos deja el incesante ruido, al calor de un cigarrillo traído del mismo Bangalore (son más cortos que los nuestros, especialmente los filtros). Pido una cerveza. Me pringo los brazos del agua/ron-coca-cola/destornillador/otras tirados en la barra (¿es que los camareros no saben que de vez en cuando viene bien pasar un trapito?) y vuelvo a donde mi amigo. Intentamos reanudar la conversación pero ya es imposible. Al ruido se unen sus hormonas y las de su novia. Y ante eso uno no tiene nada que hacer más que pulular de nuevo por el bar (las otras chicas que nos acompañaban habían desaparecido momentáneamente) a ver si me encuentro a algún pepero más. Lo encuentro. Nuevas charlas típicas estivales. Entre medias voy a la máquina a por tabaco. Prosigo las conversaciones, esta vez con un truja entre los dedos. Finalmente mi amigo me hace una seña. Nos vamos.

En esto que ya es la una y media. La peor hora para salir de ningún bar, porque te cae la maldición de peregrinar de un lado a otro del Centro para elegir de una puñetera vez a que otro sitio vas. Al final siempre acabas con tus huesos en algún banco de Fuente Dorada esperando a que poco a poco, la gente con la que vas vaya despidiéndose. Esta noche no fue distinto. Rodrigo, su novia, y yo acompañamos a una amiga suya a su casa, de ahí, la parejita se fue por su cuenta y yo me quedé solo. Es el sino del eterno sujeta-velas. Que siempre vuelves solo a casa.

miércoles, 8 de agosto de 2007

"Final Cut" para Blade Runner


"Replicante": Robot con apariencia completamente humana. Tras un sangriento motín, fueron declarados ilegales en la Tierra.

"Blade runner": Cuerpo especial de policía encargado de encontrar y retirar a los replicantes que se hallan en la Tierra.

Tercer asalto (y esperamos definitivo) para la obra maestra de la ciencia ficción dirigida por Ridley Scott. Estrenada en 1982, el film adapta la novela de Philip K. Dick "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?". Se trata, sin embargo, de una adaptación bastante libre, llegando Scott a admitir que no había leído el libro. El título proviene de una novela de Alan Nourse, en la cual se inspiró William Burroughs para escribir un guión que nunca se rodó.
La película presenta una sociedad futurista distópica a través de su visión de la ciudad de Los Ángeles en el 2019 (la fecha planteada originalmente era el 2020, no obstante se eligió la otra fecha, a fin de mostrar un futuro imperfecto) que sufre de superpoblación y en la que se hallan en busca y captura cuatro replicantes capaces de todo. Ante esta situación, la policía decide acudir a Rick Deckard (Harrison Ford) quien se ha retirado de la profesión. Deckard, una especie de Philip Marlowe futurista, acepta a regañadientes, tras conocer a una bella replicante de un modelo perfeccionado, en el que se han implantado recuerdos para que desarrolle una respuesta emocional. El film pasará entonces de ser una simple obra de ciencia ficción a convertirse en una profunda reflexión sobre lo que hace humano al hombre. Porque los replicantes son idénticos a los humanos, y a pesar de carecer de la capacidad para tener sentimientos, tras saber que su tiempo se acaba, han venido hasta la Tierra en busca de más vida. Así pues, ¿qué diferencia a un replicante de un humano?

Hasta aquí, nada motivaría que una película de hace 25 años apareciese en este blog. Sin embargo, ese es sólo el principio. Diez años después del estreno, es decir, en 1992 (año en el que se ambienta la novela), Ridley Scott sacó a la luz un nuevo montaje de la película, que llevaba por nombre "Director´s cut", con sensibles cambios respecto a la versión original, como la eliminación de la voz en off (impuesta por los productores), el corte del final feliz y, sobre todo, la insinuación de que Deckard pudiera ser un replicante. Esta posibilidad ya se mostraba en la versión original, pero de una forma un tanto velada.

Ahora, veinticinco años después de su estreno comercial, Scott vuelve al ataque con una nueva versión, titulada "Blade Runner: The final cut", y que será estrenada en el festival de cine de Venecia de 2007. Parece ser que el motivo es sacar a la luz metraje original que quedó en la sala de montaje, y centrarse especialmente en un sueño acerca de un unicornio que tiene Deckard, apuntando esta vez sin lugar a dudas que se trata de un replicante. Sin embargo, acerca de este hecho todavía hay polémica, ya que Harrison Ford lo niega.

Quizás esa sea una cuestión que debamos dilucidar cada uno en nuestro fuero interno, planteándonos qué significa en realidad ser humano. Quizás ese sea el verdadero mérito de Blade Runner.