Café, conversación...

Café, conversación...

viernes, 14 de septiembre de 2007

Vuelve el tipo de la camiseta hecha jirones









Y es que si tiene así la cara, cómo tendrá la camiseta. De nuevo, al amigo John McClane le meten en un lío de los que hacen época. Más de lo mismo: el malo que es muy malo, y él que es el poli más duro del lugar. En esta ocasión, las cosas le pillan un tanto de lejos, porque no hablamos de bombas y rifles, sino de ordenadores, y para McClane la tecnología no va más haya de su pistola. Pero hacerlo a su manera no deja de ser efectivo. Una nueva entrega de "La Jungla", tal vez con menos chistes, pero con acción para dar y tomar. A McClane no le faltan nunca los recursos para salir con vida de todo tipo de hostilidades, y cuando las cosas se ponen feas te suelta una de las cuyas, como esa de "o me dices lo que quiero saber, o te inflo a ostias en tu propia casa." y ya puedes ir colaborando.
Llega una cuarta entrega de la saga algo diferente, pero han pasado muchos años y el mundo ya no es lo que era. Los malos usan mundos virtuales y pantallitas, decodificadores y satélites. En mi opinión, los 130 minutos de la película dejan muy buen sabor de boca si uno entiende desde el principio que el tiempo pasa, y como diría Mamet, las cosas cambian. El que sigue igual es McClane. Bueno, y el malo malote, que se quiere hacer de oro y que recibirá el correspondiente correctivo.
Esperamos las opiniones del público aquí, en el lugar preferido de tipos duros, solitarios, fumadores y todo tipo de desempleados, el estanco de Auggie Wren.

domingo, 9 de septiembre de 2007

Sam Spade va al instituto

¿Cine independiente? La mayoría (en la que me incluyo) cuando oye esta expresión, pone cara de circunstancias. Y es que estamos acostumbrados a que las cintas independientes sean el producto de la mente de un "interesante director iraní" que nos tortura durante dos horas con interminables planos en silencio de un paisaje crepuscular con el que pretende representar la intensidad del sufrimiento humano.
El enorme acierto de "BRICK", sin embargo, es alejarse de la temática del cine independiente actual para revisitar un género con tanta tradición como es el negro, desde una nueva perspectiva. La película toma los ingredientes propios del género: un detective en busca de la verdad, un funcionario público muy poco interesado en hacer su trabajo, un gángster del que todo el mundo ha oído hablar y muy pocos han visto, un matón con complejo de inferioridad y, por supuesto, una femme fatale enfundada en vestidos guante.


Sin embargo, la sorpresa llega cuando comprobamos que todos estos factores han sido trasladados a un instituto de California. Brendan, un chico solitario y misántropo, recibe una llamada telefónica de su exnovia Emily, que necesita su ayuda. Días después, ésta desaparece. Brendan comenzará una investigación que le llevará hasta la mafia estudiantil, liderada por el enigmático The Pin. Por el camino nos cruzaremos con personajes inolvidables como The Brain, el único amigo de Brendan, especialista en recopilar información; Dode, un yonqui que sabe más de lo que parece; Tugger, la mano derecha de The Pin y matón profesional; y Laura, la mujer fatal que meterá en más de un lío al sabueso.


Brick es, además de la ópera prima de Rian Johnson, un auténtico fogonazo en el panorama cinematográfico actual. Y eso lo consigue a base de dos pilares básicos: guión y actores. Es indudable que los diálogos son herederos directos del estilo verbal de las novelas de Dashiell Hammett (padre de la novela negra), plagados de dobles sentidos y réplicas brillantes. Unos diálogos que poco a poco, y de una forma complicada (como es natural en el género) van conformando una historia donde nada es lo que parece.

El otro soporte de Brick son los actores. De Jospeh Gordon-Levitt, que da vida a Brendan, un auténtico Sam Spade de diecisiete años; a LuKas Haas (el niño de "Único testigo") como el gángster The Pin, un mafioso tullido que se acobarda en presencia de su madre; pasando por los desconocidos Matt O' Leary como The Brain, y Nora Zehetner como Laura, la mujer fatal (qué apropiado, ¿no?); además del mítico de la blaxpoitation Richard Roundtree (el Shaft original) como el subdirector Truman.




En definitiva, Brick es un claro ejemplo de como hacer algo nuevo y brillante utilizando los esquemas clásicos. Un excelente homenaje al género negro y un regalo para sus adictos (entre los que me cuento), que cuenta con momentos inolvidables, como la fiesta de la clase alta (con su melodía de jazz al piano), la persecución en los pasillos del instituto (con el sonido de las pisadas como única banda sonora) o la reunión final en casa de The Pin (que nos recuerda a algunos de los mejores momentos de Cosecha Roja, la obra de Hammett) con la madre del joven mafioso repartiendo zumo entre los gángsters.

En resumen, una pequeña joya que nos muestra a la perfección qué habría pasado si Sam Spade hubiera vestido camiseta y vaqueros y hubiese tenido diecisiete años.



jueves, 6 de septiembre de 2007

NOS QUITARON EL SEMÁFORO QUE NO LLEVA A NINGUNA PARTE

Desandando la tarde,
mi amigo y el suyo
flirtean con los carteles
que anuncian cine,
de vuelta a casa.
Cambiando de acera
como de cara se cambia un disco
cuando lo trazado
ha fundido a negro.

Nos quitaron el semáforo
que no lleva a ninguna parte,
sustituyéndolo por el orden lógico de las cosas,

del que nos reíamos cruzando allí la calle;
nos jugábamos el tipo y la noche
discutiendo en mesas con salpicones
de café con leche
para tener el honor
de regresar por caminos improvisados.
Y alguien ebrio de angustia y estrés
colocó allí un becuadro
a nuestra melodía privada.

E.G.

martes, 4 de septiembre de 2007

Cosas que odio

La gente que está en "oenegés"


Si hay una institución que ha sabido ganarse el afecto incondicional de todos, esa es sin duda la de las ONGs. Grupos organizados, desvinculados (al menos teóricamente) de cualquier brazo gubernamental que se dedican a “ayudar al prójimo”. Sus miembros son como el buen samaritano, solo que este era repudiado por la sociedad del momento y en este caso, hablamos de gente de bondad “intachable”. Esa es la palabra que les define; intachables. ¿Cómo puede ser malo alguien que dona gran parte de su salario a causas benéficas (a no ser, claro, que sea un malvado empresario, en ese caso “lo hace para comprar su alma) o que se va no-se-cuantos meses a Ecuador a sonarles los mocos a cuatro muertos de hambre? ¡Es un ejemplo a imitar!

Así es que todos, como gilipollas, les hemos otorgado el título de “buenas personas”. Hagan lo que hagan, no cuestionarán sus propios actos, ni se plantearán si lo que hacen está bien o mal. Porque se creen por encima de esa dicotomía. Mientras los demás dudamos como cualquier ser humano y luchamos día a día por intentar hacer lo que creemos que está bien, estos tipos tienen legitimidad moral para hacer lo que les salga. Si en algún momento se portan como un hijo de puta, tienen la bula de “yo también tengo derecho a ser malo, al menos por una vez”. ¡Ese es su razonamiento! El resto de los mortales que no entramos en los bancos de blanqueo de almas que son las “oenegés” somos malos y egoístas. Ellos no solo son buenos, sino que tienen una bondad por encima de la media. Así que sin en algún momento hacen algo malo, simplemente están comportándose -eventualmente- como un tipo normal. Así que siguen creyéndose por encima de los demás.

Para empezar, cualquiera con dos dedos de frente puede darse cuanta de que la buena obra de las oenegés no es más que un engaña-niños. Una forma estúpida de sentirte bien contigo mismo. Que los países no progresan porque se les acerquen cuatro “bollescaus” a sonarles la nariz. Que son sus propios habitantes el motor de su economía. ¿Nadie se ha preguntado que cómo habiendo tantísimos voluntarios, misioneros y gente de ese pelaje por el mundo, la situación en África sigue igual de jodida?

Sin embargo, los oenegeros se creen con el derecho a sermonearte. A decirte si eres o no un egoísta. Y tú tienes que joderte y transigir. Mientras, ellos campan a sus anchas, manipulan, joden, putean y en cuanto alguien se lo echa en cara se escudan en la superioridad moral que les da su ridículo carnet de SED, Médicos sin Fronteras o su putísima madre. No solo eso; se creen con más derechos que los demás. Niños buenos en un mundo negro, lleno de avaricia y capitalismo por doquier. ¿No son voluntarios? ¿No se supone que su trabajo lo hacen de forma solidaria y sin pedir nada a cambio? La respuesta es no. Si todos los seres humanos somos unos hijos de puta, ellos además, son unos mentirosos.

Y a ellos va dedicado este post. Espero que muchos de esos samaritanos me lean. Porque a VOSOTROS va especialmente dirigido este mensaje ¡QUE OS JODAN!