Café, conversación...

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lunes, 29 de diciembre de 2008

Querido Auggie


Te juro que al que inventó los villancicos habría que colgarle. Y al que se le ocurrió lo de la Navidad, también. Y después dejar los cadáveres al sol, para dar ejemplo. Vivir día a día ya es difícil, pero además aguantar esto todos los años es insoportable. Y más ahora que ya no me fían en el bar de abajo. No debería escribirte para contarte todo esto. Al fin y al cabo, es lo mismo de todos los años. Pero, quizá tengas razón cuando dices que, en el fondo, soy un sentimental. Un romántico, incluso. Joder que sí. Quizá sea por eso que te escribo justo antes de coger un tren hacia el este, para ver a Charlie. Espero que no se enfade por la tardanza, aunque seguro que no se ha movido del sitio. Seis balazos bastan para atar a cualquiera a un pedazo de tierra, incluso a él. Incluso puede que me pase por el local del Portugués. Si sigue allí, claro. ¿Cantará Susie todavía? Oí cosas, pero... no me las creí, o no quise creerlas. Quizá si sea un poco sentimental, después de todo.

Un abrazo y... Feliz Navidad


Hank

sábado, 27 de diciembre de 2008

La sala número seis - Anton Chejov


Un pequeño hospital, en una pequeña ciudad a doscientas verstas del ferrocarril. Uno de los pabellones, el de los enfermos mentales. Tiene aspecto de cárcel y todos lo conocen como la sala número seis. Al cargo de la institución está el doctor Andrei Efímich Raguin, una persona de modales reposados, que ha sido vencido por la inmoralidad y la suciedad del hospital:

 

“En las salas, pasillos y patio del hospital, el hedor era tal, que resultaba difícil respirar. Los mozos, las enfermeras y sus hijos dormían en las mismas salas que los enfermos. Se quejaban de que las cucarachas, las chinches y los ratones les hacían la vida imposible. En la sección de cirugía era imposible acabar con la erisipela. Para todo el hospital no había más que dos bisturíes, no disponían ni de un solo termómetro y las bañeras servían para guardar patatas.”

 

Así, ante esta imagen, el médico comienza a plantearse si es conveniente preocuparse por mejorar las cosas. Decide que no, y busca refugio en la soledad de su despacho, en los libros de filosofía, en la cerveza y el vodka. Crea una cosmovisión especialmente diseñada para justificar su trabajo en el hospital: no importa lo que suceda, ni que la gente sufra, porque todos moriremos, tarde o temprano. Lo único que les queda a los hombres es un pensamiento, su capacidad de discurrir con sensatez qué es la vida. Pero un día, y de forma casual, el doctor entra en la sala número seis, donde uno de los internos llama poderosamente su atención y su conversación.  Entre la estúpida y vulgar gente de la ciudad, el médico acaba de encontrar a un loco que le resulta interesante por su capacidad de raciocinio. Dice el médico:

 

 “Usted es un hombre que sabe pensar. En cualquier situación, puede encontrar tranquilidad en sí mismo. El pensamiento libre y profundo, que aspira a comprender la vida, y el desprecio total a la estúpida vanidad del mundo, son los dos bienes supremos que el hombre conoce. Y usted puede poseerlos aunque viva detrás de tres rejas.”

 

Las visitas al pabellón son cada vez más frecuentes, a pesar de lo diferentes que son las posturas de uno y de otro. En el hospital y en la ciudad todos comienzan a juzgar sospechoso el comportamiento del médico. Lo que ocurre a continuación es la paulatina destrucción de todo su sistema filosófico.

 

Un relato breve, en los que era maestro el ruso Chejov. “No se puede seguir viviendo así”, como en otro relato escribiese. La derrota de un ser humano puesto contra las cuerdas por su propia inteligencia, de la evasiva inventada para sobrevivir en aquel hostil escenario; y por un loco, al que al final confesará lo que quizá siempre creyese: “Nada, nada es posible. Somos débiles, querido... Yo me mostraba indiferente, razonaba con buen ánimo y sensatez, pero, desde que la vida ha puesto en mí su mano grosera, me siento decaído... sumido en la postración... Somos débiles, no valemos para nada ...” Grandes ideas, necesarias para que los hombres puedan vivir, pero que han de verse explicitadas en un modo de vida, en una forma de hacer las cosas, porque el gusto por lo bello no es suficiente.

jueves, 25 de diciembre de 2008

El cuento de Navidad de Auggie Wren

Era obligado, ¿verdad? Aún no lo había puesto. A ver si les gusta. Siento que esté de dos partes.




lunes, 22 de diciembre de 2008

El color del dinero



Eddie Felson vuelve, en la piel del desaparecido Paul Newman quien en esta ocasión se nos presenta como un triunfador, aunque es realidad no es tal. Ya no tiene apuros económicos y no se ve obligado a viajar por todo el país para vivir. Ya no juega al billar. Sin embargo, un día encuentra a Vincent, un mago de las bolas, un auténtico diamante en bruto, listo para ser pulido por "El rápido". Y esto le trae recuerdos. Le transporta a una época que, a pesar de todo lo que pudo sufrir, sigue siendo la más feliz de su vida. Felson le enseñará todo cuanto hay que saber para explotar su talento, incluyendo la lección más importante de todas: hay que saber perder para poder ganar.

Junto a la novia de Vincent inician un viaje, recorriendo las principales salas de billar del país. Pero el viaje es algo más. Lo que empezó como un recurso para ganar dinero pasará a ser un curso de educación para la vida, y terminará convirtiéndose en la redención de Felson. Redención que no se producirá hasta que comprueba los efectos que sus enseñanzas han causado en su joven pupilo. Es entonces cuando el viejo Eddie sale de su letargo, y vuelve a su elemento natural, taco en mano.

Espléndida reflexión sobre los sueños y la vida, disfrazada de enfrentamiento generacional. Paul Newman borda una vez más su interpretación de Eddie Felson, dotándole de una profundidad incluso mayor que en "El buscavidas", con una actuación que le valió un merecido Oscar. Tom Cruise se mueve como pez en el agua en uno de los mejores papeles de su carrera. El conjunto lo completan secundarios de la talla de John Turturro o Forest Whitaker, en un rol que no es sino un oscuro reflejo del joven Felson, en una de las mejores escenas de toda la película, que con su "Are you a hustler?" saliendo de los labios de Newman (en versión original, por supuesto) nos remonta de una forma extraña a la genialidad en blanco y negro filmada por Robert Rossen. Para rematar, una espléndida banda sonora, con temas de Eric Clapton ("It`s in the way that you use it") o el maravilloso "Werewolves of London", del, por desgracia, casi desconocido Warren Zevon, que pone música a una de las escenas más recordadas de todo el film.

Siempre ha dicho Scorsese que esta película es producto de una época de crisis creativa. Sinceramente, si esto es lo que entiende por crisis creativa, espero que siempre esté en crisis. "El color del dinero" es una espléndida enseñanza sobre la vida, una clase magistral sobre esa filosofía del billar tras la que andamos muchos y volver a verla, el mejor homenaje que se le puede hacer a uno de los mejores actores que pasearon por delante de la cámara.


TITULO ORIGINAL: The Color of Money
AÑO: 1986
DURACIÓN: 117 min
PAÍS: EE.UU.
DIRECTOR: Martin Scorsese
GUIÓN: Richard Price (Novela: Walter Tevis)
MÚSICA: Robbie Robertson
FOTOGRAFÍA: Michael Ballhaus
REPARTO: Paul Newman, Tom Cruise, Mary Elizabeth Mastrantonio, John Turturro, Helen Shaver, Forest Whitaker, Bill Cobbs, Keith McCready
PRODUCTORA: Touchstone Pictures / Silver Screen Partners
II



viernes, 19 de diciembre de 2008

¡Feliz Navidad!

Lo prometido es deuda. Queridos amigos, aquí está mi tarjeta de Navidad para todos vosotros, una tontería de vídeo que os he montado. Como me dijo el bueno de Agustín, que tengáis un 2009 de humo, para que siempre vayáis subiendo. ¡Feliz Navidad!

martes, 16 de diciembre de 2008

¡Vaya personajes! - III -

La historia de Jeff Lebowski, el Nota




“Quiero hablarles de un tipo que vivía allá, en el Oeste; un tipo llamado Jeff Lebowski. Al menos, ese fue el nombre que le dieron sus amorosos padres, pero nunca supo muy bien qué hacer con él. Este Lebowski se hacía llamar “El Nota”, así, “El Nota”. En mi pueblo nadie se pondría semejante nombre.

Había muchas cosas de “El Nota” que no tenían mucho sentido para mí, y lo mismo pienso de la ciudad donde vivía. Tal vez sea esa la razón por la que aquel condenado lugar me pareció tan interesante. Lo llaman la ciudad de Los Angeles. Esa no fue precisamente la impresión que me dio, pero reconozco que hay buena gente por allí.

Mentiría si dijera que he estado en Londres; nunca he estado en Francia, y no he visto a ninguna reina en paños menores, como dijo aquel. Pero les diré algo. Después de conocer Los Angeles, esta historia que me dispongo a relatar, creo que he visto algo más asombroso que cualquier cosa que hayan podido ver en uno de esos lugares, y además, en mi idioma. Así que puedo morir con una sonrisa sin tener la sensación de que el Señor me la ha jugado.
Bien, pues esta historia que les voy a contar, tuvo lugar a comienzos de los 90. Eran los días de nuestro conflicto con Sadam y los iraquíes. Lo menciono solo porque a veces hay un hombre -no diré un héroe, porque, ¿qué es un héroe?-. Pero a veces, hay un hombre, y aquí me estoy refiriendo al Nota, a veces hay un hombre que es... el hombre de ese momento y ese lugar, está en su sitio, y ese es el Nota, en Los Ángeles. Y aunque sea un auténtico vago, y el Nota ciertamente lo era, seguramente, el hombre más vago del condado de Los Ángeles, lo cual le convierte en favorito para el título de hombre más vago del mundo. Pero, a veces hay un hombre, a veces hay un hombre… vaya, he perdido el hilo. Pero qué demonios, ya lo he presentado bastante.”

domingo, 14 de diciembre de 2008

Póker


"Escuchad, así es el juego: si no distingues al primo en la primera media hora de partida, es que el primo eres tú."


Mike McDermott (Matt Damon en "Rounders")

viernes, 12 de diciembre de 2008

Tarjetas de Navidad

Llegó el momento. Diciembre es el único mes del año en el que encuentro algo más que facturas en el buzón del estanco. Además de los pagos ahora hay tarjetas de Navidad.


Apenas llevamos dos semanas de mes y ya he recibido una docena. La mayoría son de los proveedores, compañías de tabaco y de accesorios para el fumador. Esas, por supuesto, van directas a la basura. Ni una palabra amable en todo el año y ahora me desean Felices Fiestas. ¡Anda ya!

Pero luego están las que envían los buenos amigos. Esas cuentan grandes historias, deslizan emociones y hablan, en unas poquitas líneas, de todo un año de marrones y días de suerte. Me gusta abrirlas mientras tomo café, y siempre dejo una o dos para el día siguiente, por si no llegaran más. Ya es costumbre comprar veinte o treinta tarjetas nada más empezar el mes, y así tengo siempre reservas para contestar, entre cliente y cliente. Es de lo poco que me gusta de la Navidad.

De todas formas, es que tengo grandes amigos, y así cualquiera es feliz, sea el mes que sea. Se me ocurrió hablarles sobre las tarjetas porque ayer mismo entró un cliente, Agustín, un señor ya mayor, de sesenta y tantos, con un paquetito envuelto con motivos navideños. Me tendío el artefacto y lo abrí. Era un enorme tarjetón que había hecho con una caja de puros que yo mismo le había vendido. La había decorado con recortes de periódico y lentejuelas, o yo qué sé. Había dibujado una cajetilla de 'Lucky' y un cenicero con un pitillo encendido y al lado, la mejor dedicatoria que he leído en mucho tiempo:

"Por un año de humo: siempre subiendo, Auggie"

Una gozada. De inmediato hice un hueco en el mostrador, y ahí se va a quedar, para darme ánimos.

A mis amigos de este blog también quiero regalarles una tarjeta de Navidad. Estoy preparándola. No sean impacientes.

martes, 9 de diciembre de 2008

domingo, 7 de diciembre de 2008

¡Vaya personajes! - II -

La historia de Bobby, el Tintas


De entre todas las vidas que he conocido por boca de los asiduos al estanco, ésta es sin duda la más sorprendente. Me la contó Juan, un agente de la Policía Judicial que curraba en Estupefacientes. Resulta que este Tintas era un chileno que trabajaba de vendedor en una de esas enormes tiendas de suministros de oficina. No tenía que hacer gran cosa, solamente acarrear cajas y preparar los pedidos, pero siempre se quejaba de que le pagaban de menos por ser del otro lado del charco.

Así que este tipo, el Tintas, decidió que lo de los folios y las grapas era perder el tiempo, y comenzó a pensar en dar un toque 'alternativo' a los pedidos de papelería. Hizo algunos contactos con camellos de envergadura menor, y pidió al jefe que le trasladase al equipo que repartía los paquetes a las oficinas, un puesto peor pagado, pero que utilizó para trabajarse a los ejecutivos sedientos de droga segura. 

Al cabo de tres meses tenía montado todo el tinglado. La cosa funcionaba: Bobby compraba cocaína y anfetaminas a los camellos y las distribuía camufladas dentro de los objetos del pedido, cobrándolas casi al doble. Los clientes estaban encantados de obtener su 'mierda' con tanta seguridad. Como solía ocultar la droga en cartuchos para impresora, pronto le apodaron el Tintas. 

Pero Bobby, que no había visto "Uno de los nuestros", no sabía que el dinero ganado con el crimen no debe gastarse sin medida. Pronto su jefe empezó a recelar, y movido por su ímpetu 'anti-panchitos' consiguió que la Autoridad tomara interés por el caso, y el Tintas terminó entre rejas. 

Ya ven, todo está inventado, así que, hagan lo que hagan, aunque sea legal, ándense con ojo, porque hasta la más brillante de las ideas puede fastidiarse.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Looking for Richard





















FICHA TÉCNICA:

TITULO ORIGINAL: Looking for Richard
AÑO: 1996  DURACIÓN: 112 min.
PAÍS: Estados Unidos.
DIRECTOR: Al Pacino.
GUIÓN: Al Pacino & Frederic Kimball (Teatro: William Shakespeare).
MÚSICA: Howard Shore.
FOTOGRAFÍA: Robert Leacock, Nina Kedrem.
REPARTO: Al Pacino, Alec Baldwin, Kevin Spacey, Winona Ryder, Estelle Parsons, Penelope Allen, Kevin Conway, Harris Yulin, Gordon MacDonald, Madison Arnold, Vincent Angell, Timmy Prairie, Larry Bryggman, Phil Parosili.



Aunque yo no calificaría esta película como "Apta para todos los públicos", lo cierto es que "Looking for Richard" es una de esas rarezas que encumbran al cine a lo más alto de la creación artística, pero a base de sacrificar a conciencia cualquier pretensión comercial. 


Y ojo, que no es que yo sea uno de esos críticos que les considera a ustedes, pobres mortales que ven películas de Bruce Willis, unos auténticos indeseables. Por supuesto que no, pero díganme, ¿quién va a ir al cine a tragarse una peli de unos tipos que quieren adaptar "Ricardo III" y no saben cómo? Parece un tostón, ¿eh? Equivocación.

Al Pacino está monstruoso -pero terriblemente contundente-, dentro y fuera de la interpretación del bueno de Ricardo, y ofrece una dirección muy avispada. El arranque tipo documental va dando paso a la pieza teatral en sí, hasta la muerte de Ricardo. Cuenta además con momentos divertidos, esos en que los actores buscan y rebuscan el modo de combinar "eso" (Shakespeare) con "esto" (los chavales con la gorra hacia atrás). El reparto tiene entre sus filas a grandes como Alec Baldwin, Kevin Spacey o Winona Ryder, a quien Pacino enfrenta con el dramatismo shakespeariano y del que consiguen salir airosos. 

Y al final, se consigue el objetivo: en la reflexión que pedía "Ricardo III" se involucra el espectador, quien goza con tan brillante -y complejo- ejercicio. 
"Un caballo, un caballo. Mi reino por un caballo." Fundamental.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

823


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lunes, 1 de diciembre de 2008

¡Vaya personajes! - I -


La historia de Ruiz, el Chispas

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Algunas personas, y yo lo siento por ellas, no dan demasiado de sí. Ruiz, el Chispas, es una de esas. El Chispas tiene unos treinta tacos y es uno de esos tipos a los que no se les conoce oficio ni beneficio; va y viene por la ciudad, entra en el estanco, compra mucho tabaco, da media vuelta, se sienta en un banco, fuma, se levanta y camina, fuma, un chato de vino, fuma, y a comer. En esencia, algo por el estilo. Pues resulta que este Chispas se mueve de una forma extraña, como dando brincos, y esto es consecuencia del suceso que le valió el apodo.

Tendría unos dieciseis cuando ocurrió. Por aquellos tiempos, el Chispas empezaba a conocer las bondades del sexo opuesto, y solía llevar siempre consigo su mejor sonrisa y su mejor caña de pescar cada vez que salía con sus amigos. Poco tiempo antes de Navidad, "El chispas" comenzó a salir con una chica bien mirada por todos, pero las semana fueron pasando, y ella se comportaba de manera indulgente, lo que aventuraba el fin de la relación.

Y un buen día, todo se fue al garete. El Chispas, realmente dolido por la pérdida de su maravillosa muchacha, salió de casa una mañana de enero, y deambuló por las calles, como hace ahora. Cuanto más andaba, más negro lo veía todo. En un intento desesperado por hallar alivio, el chaval decidió quitarse la vida trepando a una torre eléctrica. Pero eso también le salió mal, y cuando iba por la mitad, un fuerte latigazo le recorrió el cuerpo y cayó. La descarga no le mató, aunque se rompió las dos piernas. El Chispas pasó dos meses en un hospital y otro más aprendiendo a andar. 

Y es que hay gente que no da más de sí, y que hasta para suicidarse tiene mala suerte.