Café, conversación...

Café, conversación...

jueves, 30 de octubre de 2008

Hay rubias y rubias


"Hay rubias y rubias, y hoy es casi una palabra que se toma en broma. Todas las rubias tienen su no sé qué, excepto, tal vez, las metálicas, que son tan rubias como un zulú por debajo del color claro, y en cuanto al carácter, tan suave y blando como el empedrado de la acera. Existe la rubia pequeña y agradable, que gorjea como los pájaros, y la rubia alta y estatuaria, que lo envuelve a uno en una mirada azul de hielo. Existe la rubia que lo mira a uno de arri a abajo y tiene un perfume encantador y resplandece tenuemente y se cuelga del brazo y está siempre muy, muy cansada cuando usted la acompaña a su casa. Ella hace ese gesto de impotencia y tiene es maldito dolor de cabeza y a usted le gustaría aporrearla, aunque esté contennto de haber descubierto lo del dolor de cabeza antes de haber invertido en ella demasiado tiempo, dinero y esperanzas. Porque el dolor de cabeza siempre estará ahí, es un arma que nunca deja de usarse, y tan mortífera como la espada del asesino o el frasco de veneno de Lucrecia.

Existe la rubia dulce, dispuesta y aficionada a la bebida, y que no le importa lo que lleva puesto, siempre que sea visón, o adónde va, siempre que sea el Starlight Roof y hay mucho champaña seco. Existe la rubia pequeña y altiva que es una verdadera compañera y quiere pagar ella su cuenta y está llena de luz de sol y de sentido común, que sabe judo y puede lanzar el aire, por arriba del hombro, al conductor de un camión, sin perderse más de una frase del editorial del Saturday Review. Existe la rubia pálida, con anemia de tipo incurable, pero no fatal. Es muy lánguida y muy sombría y habla suavemente como salida de no sé dónde, y usted no le puede poner un dedo encima, en primer lugar porque no tiene ganas, y en segundo lugar porque ella está leyendo La tierra perdida, o Dante en el original, o Kafka, o Kierkegaard, o porque estudia dialecto provenzal. Adora la música, y cuando la Filarmónica de Nueva York está tocando Hindemith, ella puede decirle a usted cuál de los seis contrabajos entró un cuarto de tiempo más tarde. He oído decir que Toscanini también es capaz de ello. Eso quiere decir que son dos.

Y, por último, existe la muñeca maravillosa y encantadora que sobrevive a tres reyes del hampa y después se casa con un par de millonarios a un millón por cabeza y termina con una villa de color de rosa pálido en Cap d'Antibes, un coche Alfa Romeo completo, con chófer y acompañante, y una caballeriza de aristócratas enmohecidos a los que tratará con la atención distraída y afectuosa con que un anciano duque dice buenas noches a su criado"

"El largo adiós", Raymond Chandler

1952

miércoles, 29 de octubre de 2008

Putas, alcohol y libertad

Robledo era un carlista que se cagaba en Dios. La primera vez que lo vi estaba colgado de mi brazo y a punto de que lo fusiláramos. Éramos un pequeño grupo de la quinta división del ejército republicano al que nuestro “comisario político” (figura impuesta por el PCE para asegurar que no desertáramos) nos prohibía beber y tomar cualquier cosa que nos quitara las penas. Incluidos los refrigerios horizontales baratos. Eso no nos hacía mucha gracia. Y Robledo lo sabía.

Nos veía la cara de resentimientos mientras le conducíamos a algún olivar en las afueras del pueblo donde le habíamos capturado, en la provincia de Granada. Era verano del 37 y el Sol apretaba aunque fuera de noche. De Robledo solo sabía que se había cargado a varios de mis compañeros pero nunca le había visto actuar. Borracho, bajito, de mirada hundida, extremidades arqueadas y piel morena; me costaba pensar que alguien así pudiera sostener un fusil.

Era tan enclenque que en mitad del camino se cayó. Fúnez, el hombre cuyo trabajo era vigilarnos, no pudo reprimirse y se lió a patadas con ese despojo. De ahí pasó a puñetazos, lapos y posteriormente cortes con su navaja. Estaba dispuesto a matarlo ahí mismo y a todos nos parecía bien. Odiábamos a los nacionales tanto como a nuestro comisario político. También nos odiábamos entre nosotros. En general odiábamos todo.

En un clímax de sadismo, Fúnez cortó la mordaza de Robledo para escucharle gritar. Estoy seguro de que se le ponía dura cuando escuchaba sus gemidos. Y fue un error. Porque aquel carlista hijo de puta aprovechó que podía hablar para convencernos de que debíamos indultarle. Sus argumentos eran de peso; la promesa de putas, dinero y libertad si le seguíamos.

Excepto Fúnez, nadie tuvo reparos en unirse a la causa de aquel tipo; mucho más justa, apetecible y realista que la de los republicanos o los nacionales. Ante las críticas de nuestro comisario político, evitamos gastar balas. Le hundimos la cara en el barro hasta ahogarlo y nos aseguramos de que moría cuando después de seccionarle las orejas y quitarle todo lo que llevaba encima no se quejó.

Cinco minutos después desertábamos dos republicanos y un nacional para luchar por el valor más supremo; el interés propio.

martes, 28 de octubre de 2008

La prueba de fuego

Nunca mejor dicho. Quiero hablaros otra vez sobre la serie "Rescue me". Al igual que hice con vosotros, le he venido anunciando su existencia a muchos de los clientes del otro estanco, el del tabaco que me da de comer.

Ya se sabe...todos conocemos a alguno de esos que descartan películas, novelas o lo que sea de un zarpazo, sin haberse asomado siquiera, por si les gustaba. Pues bien, Ruiz, "El chispas", es de esos. Aprovecho para deciros que ya os contaré su terrible historia...

Pues este tío, que es un gran fumador desde su accidente eléctrico, entra hace unos días y suelta:

- ¡Cagüen, vaya con los bomberos! Tenías razón, Auggie.

Me confesó que se bajó el piloto "por hacerme caso", y que le gustó tanto que lo pasó realmente mal hasta que consiguió los siguientes.

- Lo que más me gusta, la canción del principio. No he visto una apertura tan buena en muchos años.

¡Qué desconfiado! Todo por no hacerle caso al viejo Auggie...¡Eh, vosotros, echadle una ojeada al vídeo, a ver si os recarga las pilas como a "El chipas"!


sábado, 25 de octubre de 2008

Cuando el antro sagrado cierra


Despuntando la madrugada. La hora bruja. Los vasos medio vacíos y en las barras sólo los bebedores profesionales, empeñados desde hace tiempo en buscar aquello que les falta en el fondo de la botella. Como ellos, yo llevaba ya un tiempo buscando, y tampoco encontraba nada. Estaba al fondo, sujetando la barra, sentado deliberadamente lejos del espejo colgado tras la barra unos metros más allá, una copa tras otra hasta no sentir la quemadura del cigarrillo olvidado entre mis dedos.

Entonces entró. Nadie entraba allí a esas horas. Aquello era el coto privado desde hacía un buen rato y nadie quería forasteros. Ni siquiera el dueño. Le bastaba con sus borrachos de siempre, solía decir, y aunque los borrachos nunca eran los mismos, entendía perfectamente lo que quería decir. Así que levanté la cabeza y traté de observar al recién llegado. Para cuando mis ojos consiguieron enfocar comprendí porque nadie había dicho nada, ni un sólo gruñido de disgusto. Aquel tipo era diferente. Alto, mucho más alto que nadie que haya conocido nunca y delgado. Parecía que acababa de escaparese de su propia tumba. Pero bajo todo eso, bajo la barba de varios días, las ojeras y la marcada red de capilares de la nariz que le identificaba como miembro del gremio, bajo las manchas de la camisa, las arrugas del traje y la raja del zapato derecho latía el corazón de un hombre que sabías que no iba a rendirse ante nada, nunca. Era evidente, te dabas cuenta nada más verlo.

Estuvo un rato allí, en la puerta, contemplando el bar como un rey admira sus dominios, y entonce se me acercó, andando como si todo el local le perteneciera, hasta sentarse a mi lado. Le hizo un gesto al camarero para que nos sirviera una ronda, a pesar de que yo aún no había terminado mi copa. Después de que nos sirvieran, le hice un vago gesto de agradecimiento haciendo uso de la poca educación que me quedaba a aquellas alturas, y ya iba a apoyar la frente en el antebrazo izquierdo, donde se había pasado descansando la mayor parte de la noche, cuando aquel tipo puso delante de mis ojos su mano izquierda. Quería que me diera cuenta de que llevaba anillo. Entonces se lo quitó con la otra mano y lo echó en su copa, levantó el vaso y lo fulminó de un trago. Cuando volvió a dejar el vaso sobre la barra, estaba completamente vacío.

Yo levanté la copa que me había pagado y tras beber a su salud nos quedamos mirándonos. Por un momento quise darle la mano, y me atrevería a jurar que el también estuvo tentado, pero nos limitamos a asentir y él salió de allí para no volver y yo volví a enterrar la cabeza en el brazo, para, con el paso de las horas estar cada vez menos seguro de si aquello fue o no real.

miércoles, 22 de octubre de 2008

En cada bar...


"Había un tipo triste junto al mostrador del bar hablándole al encargado, quien limpiaba un espejo y escuchaba con esa sonrisa plástica que usa la gente cuando trata de no gritar. El cliente era de mediana edad, bien vestido y estaba borracho. Quería hablar y no habría dejado de hacerlo aunque realmente no hubiera tenido deseos de hablar. Era amable y amistoso, y cuando yo lo oi no parecía tartamudear mucho, pero uno se daba cuenta de que se agarrabaa ala botella y sólo la dejaba cuando se quedaba dormido por la noche. Así sería para el resto de su vida; su vida era todo eso. Nunca se sabría cómo había llegado a ello, porque aunque él lo contara, no sería verdad. Cuando más, una distorsionada versión de la realidad, tal como él la conocía. Hay un hombre triste como aquél en cada bar tranquilo del mundo."

"El largo adiós", Raymond Chandler.

1952

martes, 21 de octubre de 2008

Esto lo ve el Papa y se caga en Dios


Y es que ni Dios puede salvarse de esos tiburones llamados abogados o, en el peor de los casos (como éste) políticos. Literalmente. Por lo visto el cielo ya no queda tan lejos como antes, y ahora que ya no soportamos el peso de la cruz alguno pretende pedir la hoja de reclamaciones y quejarse del trato del camarero. Si sólo fuera eso... Pero no. La cosa va más allá. Uno ha intentado saldar cuentas con el Pez Gordo en persona ("dentadura perfecta, olía bien, lo que se dice un tipo con clase", que diría Homer Simpson) y le puso una demanda. Ese uno es Ernie Chambers, senador de Nebraska desde 1970, que demandó al Todopoderoso por haber causado "nefastas catástrofes, que han provocado muerte y destrucción sin misericordia". A ojos de todo el mundo es una gilipollez digna de un borracho (sin querer insultar a los borrachos, ¿eh?), pero, los caminos del Señor y de la justicia (de los hombres) son insondables. Y la protesta fue admitida a trámite el 14 de Septiembre de 2007.

Chambers alega además que ante toda la muerte y destrucción provocada por el demandado, éste no ha mostrado ni compasión ni remordimiento y, dado que su historia pasada demuestra que sus amenazas terroríficas son creíbles, solicitó al juez que lo sometiera a un proceso judicial, no sin antes pedirle que le haga un requerimiento permanente para que cese en sus acciones destructivas y sus amenazas terroríficas. El senador, al no poder localizar al Altísimo en persona, citó en su demanda a varios representantes de diversas religiones, "gentes que reconocen ser agentes del demandado y hablan en su representación".

Pero claro, ya sabemos todos el dicho: "A grandes males, grandes remedios". Porque, aunque un tonto entonta a cientos si le dan lugar y tiempo, no hay tonto al que no se pueda vencer si juegas con sus mismas reglas. Así que, confiando en esa perversión de la justicia que los hombres hemos venido a llamar ley, se han seguido los procesos judiciales pertinentes, y el resultado ha sido, cuando menos, curioso: la demanda ha sido desestimada porque... Dios no tiene dirección. Y por lo tanto, ha sido imposible hacerle entrega de la notificación. Por lo menos, esa ha sido la explicación que se ha dado, aunque en la mente de alguno ya se estará formando la imagen de cuatro angelotes con sus alas y demás parafernalia celestial, armados de lanzas divinas, arpas, puños americanos y bátes de béisbol llevando a Ernie Chambers hasta un agujero en medio del desierto y advirtiéndole de que el encuentro con su jefe podría estar más próximo de lo que el alegre senador imaginaba. En fin, para comer cerillas, sí, pero al menos una sonrisa sí consigue arrancar todo el asunto.




lunes, 20 de octubre de 2008

Un Ruso Blanco, o uno de esos que bebe el Nota



El Ruso Blanco, o Caucasiano, como diría Jeff Lebowski (no, no, el señor Lebowski es usted... yo soy el Nota, el Nota, ¿entiende?, así debe llamarme... así o su Notísima, Noti... el Notarino, en fin, si no le hacen los nombres cortos...) es una bebida de sencilla preparación:

- Vodka (5 partes)

- Licor de café (2 partes)

- Leche fresca (3 partes)

La preparación es simple. Primero el vodka y el licor de café y por último la leche (si es desnatada, algunos lo llaman Anna Kournikova). Se remueve lentamente y a disfrutar. En algunos locales también usan licor de avellana como sustituto del licor de café. Depende de gustos, pero también se le puede añadir canela en polvo.

Imprescindible para jugar a los bolos con Walter y Donny, o mientras negocias con un productor de pelis porno o... en definitiva, para todos los "Notas" del mundo.
Y hablando de Notas,
NOTA: Si se prescinde de la leche, entonces habremos preparado un "ruso negro".

viernes, 17 de octubre de 2008

"Novato...


... sólo hay una verdad: si quitaran todas las páginas porno de Internet, sólo quedaría una página que se llamaría "DEVOLVEDNOS EL PORNO"

Dr. Cox (John C. McGinley en "Scrubs")

martes, 14 de octubre de 2008

El actor II (Una historia de Hollywood)



Está bien. Me gusta. Ahora hablemos de pasta...

Así me gusta, chico. Ahora empiezas a hablar en mi idioma. ¿Te preocupa la pasta? Pues no debería, porque va a ver mucha, y para todos. Especialmente para tí.

Ya, pero, ¿cuánta es mucha?

Oye, ¿es duda eso que noto en tu voz? Si digo que habrá mucha, es que habrá un jodido montón. Un montón enorme en la puerta de tu casa.

Oye, puede que tú vivas en una jodida casa, pero esto una mansión.

Ya, ya... lo que sea. Oye, habrá mucho dinero, ¿vale?

Quiero dos millones y un veinte por ciento de los beneficios.

¿Qué? Pero Leo, es demasiado pronto, no puedo...

Y además un claúsula de seguridad.

No, joder. Oye, no empiezes con esas gilipolleces. Esas jodidas claúsulas están reventando el negocio.

No, escucha. Si no sale la película, quiero cobrar igual. Entiéndeme, estoy invirtiendo un tiempo precioso en hablar contigo, y quiero mi recompensa por ello.

Oye, oye... mira, saldrá adelante, no hace falta...

Quiero esa claúsula o vete buscando a otro.

Está bien. Tendrás tu claúsula. Pero el veinte por ciento es demasiado. No puedes llevarte más del diez.

El dieciocho.

El doce. Y no subo más.

El quince.

Trato hecho. ¿Ya estás conforme? ¿Haces la película?

Haré la película. Oye, ¿quién es el director?

Todavía estamos pensándolo, ¿vale?

Vale, vale. No te enfades, señor Productor. No es bueno para la salud. Bueno, ahora tengo que colgar. Es un placer hacer negocios contigo. Adiós.

sábado, 11 de octubre de 2008

Caperucita en Manhattan, de Carmen Martín Gaite


Era una de esas crisis lectoras. Ya se sabe: acabas de leer un buen libro, y todavía no has pensado cuál va a ser el siguiente. Y de repente ninguno te gusta. Los que son tus autores favoritos parece que ya no tienen buenos libros, y cualquiera que coges no lo aguantas ni cuarenta hojas. Pasan las horas, los días y quieres leer algo, pero no sabes qué. Entonces, en un momento de búsqueda, miras detrás de esa fila de libros que nunca tocas, y detrás encuentras un título que te llama la atención: "Caperucita en Manhattan". Y empiezas a leer. Y descubres que te encanta.

Sara Allen es una niña de diez años que vive en Brooklyn. Como todos los niños de Brooklyn, se duerme todas las noches soñando con Manhattan, un lugar mágico donde ocurren miles de aventuras. Su carácter soñador pone los nervios de punta a su madre, cuyo mayor orgullo es su tarta de fresa, una receta secreta que sólo pasa de madres a hijas. Y esta tarta es la que llevan todos los sábados a la abuela de Sara, que vive en Manhattan y en su juventud fue artista de un music-hall y es todo lo que Sara desearía ser. Pero no hay cuento de Caperucita sin un lobo, y en este caso se trata del pastelero millonario Edgar Woolf, que vive cerca de Central Park en un rascacielos en forma de tarta. Sin embargo, la magia del relato la encontramos en el personaje de Miss Lunatic, una mendiga que de día vive dentro de la estatua de la libertad y sale de noche para mediar en las desgracias humanas.


Carmen Martín Gaite nos regala una estupenda versión del clásico cuento, del que, como de todos los cuentos, podremos sacar más de una valiosa enseñanza. Una deliciosa fábula urbana que (estoy seguro de ello) Paul Auster hubiera estado encantado de firmar, un cuento que, aunque alguno le pueda parecer algo infantil por la reseña o incluso por el estilo con el que está escrito ("vaya mariconada", dirá alguno. Pues oye, no voy a ser yo el que diga que no), estoy seguro que hará las delicias de más de un adulto que, por un momento, esté dispuesto a abrir un libro de apenas doscientas páginas, con letra grande y algunos dibujos. Y si se lee con una taza de café, o en su defecto, chocolate caliente, en un sillón del salón mientras afuera arrecia la lluvia, mucho mejor.

miércoles, 8 de octubre de 2008

La triste historia del Miguelín


"Ese es uno de los tipos más listos que he conocido. Bueno, ese cuando tenía diecisiete años, diecisiete, ¿eh? ya era gerente de una planta de La Casera... así que imagínate... claro, al final lo echaron, aquello se convirtió en un caos. No de organización, eh, que el tipo sabía hacer las cosas, sino de dinero, porque ese se llevaba todo lo que podía... Luego, luego lo llevaron a otra empresa, una de herramientas y maquinaria... Joder chico, era un fenómeno, veinte años después todavía se acordaba de la referencia de todos los artículos de memoria.

Pero claro, allí tampoco duró, y entonces nos lo trajeron para acá. ¿Sabes qué? Se llevaba todo lo que podía, pero nosotros estábamos como nunca. Bueno, el tío nos llevaba de juerga, a cenar... casi todas las semanas nos llevaba a cenar, por cuenta de él, ¿eh? Pero a restaurantes de los buenos. Bueno, alguno se comió tres kilos de almejas, y porque no quiso más, que si no... Y después de cenar, de juerga. Que me acuerdo de un día que acabamos de cenar, nos fuimos después a tomar copas, y copa va, copa viene, acabamos en un club que había antes por el centro, el Long John. Total, que estábamos allí y uno estaba junto a la puerta. Una de las chicas pasó y éste que si la tocó que si no la tocó que si tal y que si cual, total queacabamos allí rodeados de todos los chulos del mundo y yo ya veía que nos iban a inflar a hostias... y entonces llegó éste. Porque eso sí, éste se conocía a todo el mundo, y habló con el de seguridad y todos para casa.

Pero claro, aquello no podía durar. ¿Que por qué? Pues porque ese con ciento cincuenta mil pelas, de las de hace casi treinta años, ¿eh? no tenía para sus gastos personales del mes, más luego lo que necesitara para la mujer, los hijos y todo lo demás. Y al final, pues terminó mal, ¿cómo iba a terminar? Se mató en un accidente de coche. Aunque dicen que, donde se mató, lo más fácil es que se matara a propósito. Era una recta... vamos, que ahí no se ha salido nadie en la vida, menos éste, claro. El Miguelín... joder, menudo tipo."

domingo, 5 de octubre de 2008

El actor (Una historia de Hollywood)



¿Diga?

¿Leo? Tienes que leer esto. ¡Es oro, puro oro!

¿Hablas de un guión?

No. No hablo de un guión. Hablo de EL GUIÓN. Es una auténtica joya. Y, por supuesto, he pensado en ti.

¿En serio?

Pues claro, chico. Esto parece escrito para que lo interpretes tú.

¿Cuál sería mi papel?

Es un vendedor novato...

¿Vendedor? ¿Es algo de rollo social? ¿O es alguna de esos meollos anticapitalistas?

¿Eso te molestaría?

No, no... eso gusta mucho a los críticos.

Y además vende en taquilla, no lo olvides. Ya sabes, si haces algo social, todos los capullos antisistema correrán como locos a dejarse la pasta.

Perfecto... oye, ¿quién lo ha escrito?

No te preocupes por eso.

¿Qué no me preocupe?... Venga, ¿quién ha sido?

Bueno, eso es lo de menos... un tal Rufus Farthingale.

¿Rufus? No pienso dejar que mi nombre salga en los créditos junto a "Rufus". Joder, es nombre de perro.

Primero: tu nombre NO saldrá junto al suyo. ¿Entiendes? Letras grandes y doradas para ti, letras minúsculas y un rinconcito del cartel para él. De todas formas, el tío nos ha vendido el guión, así que tenemos libertad para hacer con él lo que queramos. Se lo daré a alguno de mis chicos para que lo revise y pondremos su nombre en grande. ¿Conforme?

Está bien. Me gusta. Ahora hablemos de pasta...

viernes, 3 de octubre de 2008

Joe Pesci: un chico listo






"I'm funny how? Like a clown?

I'm here to amuse you?"


Joe Pesci como Tommy DeVito

en "Uno de los nuestros".



Pequeñito, con muy mala leche, y capaz de mandar al infierno hasta al mismísimo diablo. Joe Pesci pasará a la historia como matón y gángster, con las que fueron sus mejores interpretaciones.

Le vi por primera vez en "Solo en casa", con ese papel de ladrón bajito, que se quema con el pomo de la puerta y que conserva la marca en la segunda entrega de la saga.

La joya de la corona está compuesta de dos piedras preciosas, las de Scorsese. Por "Uno de los nuestros" recibió el Oscar al mejor actor de reparto, y estuvo nominado al Globo de Oro. Escenas mil veces recordadas como: ¿Te parezco gracioso? / ¿Pero no te dije que te fueras a joder a tu madre? / ¿Quieres un ala? Aquí hay un ala. / Verás mamá, veníamos para acá y hemos atropellado a...¿cómo se llama? Un ciervo, sí, y claro...no querrías verlo, es muy desagradable.

Luego llegó "Casino", con esa "voz en off" que me encanta, la de un mafioso perverso y chulo. Imprescindibles documentos sobre cómo se las gastan los italoamericanos del tío Martin. Siempre que mis colegas y yo bromeamos sobre la genial idea de convertirnos en mafiosos, procuro adelantarme a todos para exclamar "yo me pido a Joe Pesci". En fin, ya saben, hay muchos agujeros cavados en el desierto de, y muchos problemas enterrados en ellos. Porque lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas. Espero que nunca se cruce en su camino ninguno como Joe.

Aquí quedan dos vídeos de su canción "Wise Guy". El primero es el musical, y el segundo es una recopilación de sus mejores tantos en el cine.
















Filmografía:




El Buen Pastor (2007)
Arma letal 4(1998)
Ir de pesca (1997)
Dos chiflados en remojo (1997)
8 Cabezas (1997)
Casino (1995)
Un intruso en Harvard (1994)
Jimmy Hollywood (1994)
Una historia del Bronx (1993)
Arma letal III (1992)
Solo en casa 2: perdido en New York (1992)
El ojo público (1992)
Mi primo Vinny (1992)
JFK: caso abierto (1991)
El súper (1991)
La boda de Betsy (1990)
Uno de los nuestros (1990)
Solo en casa (1990)
Boda pasada por agua (1990)
Arma letal 2 (1989)
Camino de retorno (1989)
Moonwalker (1988)
Bala blindada (1987)
Arma letal (1987)
Chicos listos (1986)
Erase una vez en América (1984)
Quien tiene una suegra tiene un tesoro (1983)
Eureka (1981)
Toro salvaje (1980)

jueves, 2 de octubre de 2008