Café, conversación...

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sábado, 17 de enero de 2009

Maldonado tomando té

Ansiaba el escape, y el soberbio vapor acabó por empañarle las gafas. Mientras, Maldonado vertía el té, hasta llenar apenas media taza. En cierta ocasión había escuchado que el té tenía que ser bebido de tres veces, y por eso siempre se esforzaba en conseguir las tres medidas de una única tetera. 

Colocó el sobre de azúcar intacto en paralelo con la cucharilla, sobre el platito. Asió la taza y miró al frente, al tiempo que sorbía el primer trago, amargo, como el nacimiento. 

La caja registradora abierta, y el camarero haciendo números junto a una caja de lata verde. La música era bastante mala: fantasías de jóvenes prodigios de la canción ligera para todos los públicos. La pieza de acero de detrás de las botellas le devolvía guiños distorsionados del movimiento al fondo del local. Pero él se interesó por la suerte del dinero de la recaudación. Sus pensamientos quedaban ocultos por el vaho del té, mientras perdía la cuenta de los billetes de diez. 

La taza volvió al platito. Maldonado sopesó la tetera tratando de adivinar. Quedarse sin suficiente líquido para el último trago sería dar al traste con el ritual. Fue vertiendo té, poco a poco, muy concentrado, olvidando por un instante lo que le había llevado hasta allí. Después tomó el sobre de azúcar, que fue rasgado. Mantuvo la tensión. La segunda taza debía tomarse azucarada, pero no mucho; equilibrada, como ha de ser la vida de un hombre. 

Removió con resolución y bebió. La canción terminó y fue relevada por otra que le hizo levantar una ceja. La dejó así al oír la voz de una muchacha, seguramente hermosa. Trató de identificarla en el embrollo que se reflejaba delante de él, pero el ángulo no era el correcto, y lo dejó pasar sin girarse. Bebió. 

Taza final. El té, el azúcar volcado de golpe, la cucharilla. Agitó el contenido una y otra vez hasta que se dio cuenta de que el camarero le estaba observando con curiosidad. Maldonado le quitó importancia, y se aseguró de que todas las partículas se habían disuelto. Según sabía, el último trago debía ser dulce, muy dulce, como lo era sin duda la muerte. 

Hizo cesar el movimiento. Repicó en la porcelana para limpiar la cucharilla y devolvió ésta a su lugar. De nuevo reía la muchacha. Se sintió confiado. Tomó la taza, y dio media vuelta en el taburete. Recostándose en la acolchada arista de la barra, interrogó a la joven con la mirada. Era realmente extraordinaria. Bebió hasta los últimos momentos de su té. La taza pasó al platito sin que él cejase en su actitud. Un puñado de posos diminutos dio el último giro dentro de la taza. Se juntaron en el centro. A él la boca le rezumaba calidez. 

El billete cubría cinco veces la deuda contraída con la casa. Sin pestañear, tal vez para hacer acopio de los últimos segundos de la muchacha, anduvo hacia la puerta. Diez minutos después se escucharon sirenas. Pero esta vez no le buscaban a él.

4 comentarios:

Duncan de Gross dijo...

Como siempre una buena historia, yo creo que deberías empezar a plantearte editar ya Mr. Wren, yo compro tu libro, no lo dudes...

Laura dijo...

Y yo también...
Es que eres único Auggie escribiendo relatos cortos...hoy soñaré con Maldonado...¡qué capacidad de concentración!
Llevaba unos cuantos días sin pasarme a visitar los blogs de los amigos y encontrarme con esto me ha dejado feliz de leer algo tan bueno.

Irene dijo...

Me ha encantado, como siempre... y la foto es preciosa también... lástima tener tan poquito tiempo últimamente para leer todo lo que se me queda pendiente!!
A tu salud me voy a tomar un té ahora mismo, pero sin rituales ;)

Anónimo dijo...

Qué relato tan magnífico, leyendo esto se te queda buen sabor de boca y ganas de más, siento no pasarme tan a menudo, ando ocupada con los examenes