Café, conversación...

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sábado, 1 de noviembre de 2008

El oro de Punta Carchuna

La mayoría de los niños de Punta Carchuna eran hijos de algún cura. Por esa zona el clero se había llegado a arrogar algo así como un “derecho de pernada” eclesial y la iglesia contaba con riquezas incalculables fruto de años de expolio a placer. Después llegó la república y rodaron cabezas. La masa se alzó contra los meapilas cabrones y les cortaron la polla a todos, literalmente.


El oro expoliado fue devuelto al pueblo o, dicho de otra forma, trasladado al ayuntamiento. Con la guerra llegaron los anarquistas y volvieron a mover las riquezas a la iglesia, que habían convertido en una casa de putas. Si el plan de Robledo funcionaba seríamos tres desertores ricos viviendo en Argentina. Aunque tomar un pueblo no era fácil.

Por otro lado no dejaba de darme vueltas en la cabeza la idea de cómo repartir el tesoro. Había suficiente para dos ex – republicanos y un ex – nacional pero ¿Realmente era necesario contar con Pádules? Era mi compañero de sección. Nunca supe si era rojo por convicción o por circunstancias. Lo cierto es que de estar en tiempos de paz, no se le habría dejado entrar en el Partido Comunista. No tenía mujer conocida y sí bastantes rumores a sus espaldas que confirmaban que era un bujarra. El problema es que estábamos en guerra y en esos momentos no importa si eres un enfermo mental con tal de que sepas matar fascistas.

Tendría unos veinte años, delgadito, bajito, con manos de pianista, pelo oscuro y mirada de desviado. Ahora que habíamos salido de la contienda no era más que un estorbo a la hora de repartir el botín. Porque Robledo era necesario para guiarme hasta la guita pero ¿Para qué me hacía falta un maricón? Definitivamente Pádules debía morir.

Pensaba esto mientras pasábamos la noche en un gallinero cercano al olivar. Los tres juntos; el facha, el invertido y yo. Resulta irónico que el único que dormía tranquilo era Robledo porque sabía que era imprescindible. Éramos nosotros, los que al principio luchábamos en el mismo bando, los que queríamos matarnos. El estiércol apestaba y nadie se atrevía siquiera a encender un cigarrillo para no ser visto. En aquel momento habría dado lo que fuera por algo de anfetamina y un trago.

9 comentarios:

abulico dijo...

Parece mentira los pensamientos que puede tener una persona durante la guerra, y como la codicia se puede apoderar de uno, sacando las ideas mas descabelladas.

Lo de los hijos de los curas... es algo que parece que ha sido hasta "normal" en alguna epoca.

En conclusion, realmente siempre las guerras encierran un motivo oculto. En este caso parece que el dinero es el unico motivo.

Un saludo!!!!

La Pequeña Candi dijo...

MUy buena historia Auggie, deseando saber el desenlace ¿lo pondrás?
Un saludo!

Auggie Wren dijo...

Por supuesto, Candi, por supuesto...



Auggie

supersalvajuan dijo...

Nunca digas nunca jamás, ni este cura no es mi padre.

Dánae Rain dijo...

Interesante historia. No sé si te había visitado antes, pero lo haré. Dura la vida en algunos momentos históricos. El pasado está demasiado cercano. Saludos

Anónimo dijo...

De vivir en la pobreza uno se agarra a lo que puede, en realidad el hombre no tiene ni bandera ni religión cuando se trata de su propio bienestar y riqueza.

Bueno... no se puede vivir en un mundo idílico, probablemente no lo aguantaríamos.

Duncan de Gross dijo...

Me uno al comentario de Candi, espero el desenlace ;)

Anónimo dijo...

Ya está, lad.

Laura dijo...

Como siempre Auggie, magistral, de magister, maestro...
No es necesario el desenlace, así paso más tiempo recreándolo en mi mente...