Café, conversación...

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lunes, 13 de agosto de 2007

Una noche en Tintín

Ayer estuve en Tintín. Había quedado con mi amigo Rodrigo y su caterva de mujeres (es decir, su novia y sus amigas). El hombre acaba de volver de la India, de grabar su primer largometraje documental y de paso, sonar los mocos a cuatro niños desnutridos en las calles de Bangalore (¿o es al revés?). Habíamos quedado en el Swels, un bar amplio, con un techo alto que permite que por mucha gente que haya nunca te sientas del todo agobiado. Aunque uno siempre siente cierta congoja al saber que como mínimo, se va a encontrar con tres compañeros de partido con tan solo dar un paseo hasta el cuarto de baño. Y así fue; no hago más que entrar y me encuentro, nada menos, que con el gran Alfonso. Hablamos lo que dura el cigarrillo que se enciende. Después, continúo paseando por el bosque de gente, en vano, porque no encuentro a Rodrigo. Salgo. Le llamo; ahora está en Tintín. ¡Mierda! Si hay un sitio a evitar en esta ciudad es ese local.

Tintín sería un fantástico bar/discoteca de no ser por la atronadora e incesante música (aunque parezca contradictorio, dicen los expertos que eso es melodía), la más que tenue luz azulada, la escasez de sillas y la densidad de gente. Bueno, tampoco echaría de menos una decoración algo más cuidada y menos de antro. De la música hablo otro día… El caso es que me planto en el tugurio. Gracias a Dios, el tipo de la puerta no me ve cara de niño y ni me pide “deneí” ni me obliga a dejarme ensuciar la mano con un ridículo sello. A eso lo llamo suerte.

Como era de esperar, a la puerta me encuentro con otro colega de Nuevas Generaciones; charla típica de verano “¿Estudiando mucho?”, “Lo justo, jajaja”, “Bueno a ver si quedamos uno de estos días”. No avanzo dos pasos, me encuentro con otro; la misma operación. Consigo llegar al fondo. Grito atronador “Rodriiiii”, abrazos, besos… en fin, lo que se espera para recibir a un amigo que acaba de volver de la India. Conversamos lo que nos deja el incesante ruido, al calor de un cigarrillo traído del mismo Bangalore (son más cortos que los nuestros, especialmente los filtros). Pido una cerveza. Me pringo los brazos del agua/ron-coca-cola/destornillador/otras tirados en la barra (¿es que los camareros no saben que de vez en cuando viene bien pasar un trapito?) y vuelvo a donde mi amigo. Intentamos reanudar la conversación pero ya es imposible. Al ruido se unen sus hormonas y las de su novia. Y ante eso uno no tiene nada que hacer más que pulular de nuevo por el bar (las otras chicas que nos acompañaban habían desaparecido momentáneamente) a ver si me encuentro a algún pepero más. Lo encuentro. Nuevas charlas típicas estivales. Entre medias voy a la máquina a por tabaco. Prosigo las conversaciones, esta vez con un truja entre los dedos. Finalmente mi amigo me hace una seña. Nos vamos.

En esto que ya es la una y media. La peor hora para salir de ningún bar, porque te cae la maldición de peregrinar de un lado a otro del Centro para elegir de una puñetera vez a que otro sitio vas. Al final siempre acabas con tus huesos en algún banco de Fuente Dorada esperando a que poco a poco, la gente con la que vas vaya despidiéndose. Esta noche no fue distinto. Rodrigo, su novia, y yo acompañamos a una amiga suya a su casa, de ahí, la parejita se fue por su cuenta y yo me quedé solo. Es el sino del eterno sujeta-velas. Que siempre vuelves solo a casa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

un bar con peperos dentro?? la respuesta es obvia: gasolina y fuego

vaderetrocordero dijo...

Pero... es el Tintin de Valladolid!

Auggie Wren dijo...

Si, es el Tintín de Valladolid. Todos los que hacemos este blog somos vallisoletanos.


Auggie