Café, conversación...

Café, conversación...

sábado, 20 de febrero de 2010

La salvación del otro


-Ha sido un viaje espléndido. ¿Quién puede decir lo contrario, doctor? Sólo un ciego, supongo. He disfrutado de su plática y compañía. Espero, eso sí, que reconsidere su decisión.

-Sinceramente, el lugar que me corresponde es éste. Me muevo arriba y abajo, de aquí para allá, ofreciendo mis servicios. Y lo hago lo mejor que puedo, qué caray. Me gano la vida. ¿No es eso lo correcto?

-Bueno, ejem, no sé. ¿Quién puede juzgar eso, doctor? Sólo Dios puede. Él ve en lo invisible, querido amigo. Todo lo escucha.

-Sí, sí. Pero yo de eso no entiendo. Quiero decir que usted es sacerdote. Conoce las cosas de Dios. Es su oficio, ¿no?

-Oh, yo no diría tanto. ¿Quién puede saber eso, doctor? Sólo soy un ser humano. Como usted. Yo me limito a contar lo que he visto. Lo que enseñan los profetas, Nuestro Señor Jesucristo y los Apóstoles. Claro que luego están las pequeñas cosas. Todo es proponérselo, querido amigo. Todo es cuestión de voluntad.

-Seguir el camino.

-Ajá. Buscar la senda, discernir. ¿Quién puede salvar al otro, doctor? Sólo uno puede. La fe, es cuestión de confianza. Nosotros, los pastores, no salvamos almas. Las salva Nuestro Padre. Yo no envío al Espíritu; lo hace Él.

-Pues vaya panorama.

-¿Qué quiere decir, querido amigo?

-Que yo sí salvo a mis pacientes. Yo exploro, diagnostico y pongo tratamiento, mientras usted sólo da consejos. ¡Y encima no le piden cuentas!

-A todos nos piden cuentas. ¿Quién puede decir lo contrario, doctor? Sólo un ciego, supongo. En fin, que usted tenga un buen día.



No hay comentarios: