Café, conversación...

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sábado, 25 de octubre de 2008

Cuando el antro sagrado cierra


Despuntando la madrugada. La hora bruja. Los vasos medio vacíos y en las barras sólo los bebedores profesionales, empeñados desde hace tiempo en buscar aquello que les falta en el fondo de la botella. Como ellos, yo llevaba ya un tiempo buscando, y tampoco encontraba nada. Estaba al fondo, sujetando la barra, sentado deliberadamente lejos del espejo colgado tras la barra unos metros más allá, una copa tras otra hasta no sentir la quemadura del cigarrillo olvidado entre mis dedos.

Entonces entró. Nadie entraba allí a esas horas. Aquello era el coto privado desde hacía un buen rato y nadie quería forasteros. Ni siquiera el dueño. Le bastaba con sus borrachos de siempre, solía decir, y aunque los borrachos nunca eran los mismos, entendía perfectamente lo que quería decir. Así que levanté la cabeza y traté de observar al recién llegado. Para cuando mis ojos consiguieron enfocar comprendí porque nadie había dicho nada, ni un sólo gruñido de disgusto. Aquel tipo era diferente. Alto, mucho más alto que nadie que haya conocido nunca y delgado. Parecía que acababa de escaparese de su propia tumba. Pero bajo todo eso, bajo la barba de varios días, las ojeras y la marcada red de capilares de la nariz que le identificaba como miembro del gremio, bajo las manchas de la camisa, las arrugas del traje y la raja del zapato derecho latía el corazón de un hombre que sabías que no iba a rendirse ante nada, nunca. Era evidente, te dabas cuenta nada más verlo.

Estuvo un rato allí, en la puerta, contemplando el bar como un rey admira sus dominios, y entonce se me acercó, andando como si todo el local le perteneciera, hasta sentarse a mi lado. Le hizo un gesto al camarero para que nos sirviera una ronda, a pesar de que yo aún no había terminado mi copa. Después de que nos sirvieran, le hice un vago gesto de agradecimiento haciendo uso de la poca educación que me quedaba a aquellas alturas, y ya iba a apoyar la frente en el antebrazo izquierdo, donde se había pasado descansando la mayor parte de la noche, cuando aquel tipo puso delante de mis ojos su mano izquierda. Quería que me diera cuenta de que llevaba anillo. Entonces se lo quitó con la otra mano y lo echó en su copa, levantó el vaso y lo fulminó de un trago. Cuando volvió a dejar el vaso sobre la barra, estaba completamente vacío.

Yo levanté la copa que me había pagado y tras beber a su salud nos quedamos mirándonos. Por un momento quise darle la mano, y me atrevería a jurar que el también estuvo tentado, pero nos limitamos a asentir y él salió de allí para no volver y yo volví a enterrar la cabeza en el brazo, para, con el paso de las horas estar cada vez menos seguro de si aquello fue o no real.

13 comentarios:

Saturnalia dijo...

Es increíble cómo a veces un desconocido comparte contigo una vida en unos pocos gestos.

Como médico en formación, me ha entrado ahora la curiosidad de si el anillo le causará algún tipo de obturación. Sabes, es lo malo de esta carrera, el pragmatismo devora lo poético.

Has conseguido sumergir por completo en la escena al lector, las descripciones me gustan =)
Un saludo.

Eme (Nada que ver con eme dj)) dijo...

¿El vaso es de ginebra ?

supersalvajuan dijo...

Como un dios... Espectacular.

Anónimo dijo...

Me ha gustado este pequeño relato.

A mí me ha pasado muchas veces que ves a una persona y ya sabes más de ella de lo que deberías, ves algo que le carcome, ves algo que compartís o ves que con esa persona te vas a llevar bien.

Hay que comerse lo que nos ata.

Un saludo.

Sol - Estaré siempre dijo...

A veces un desconocido puede darnos un toque de compañia diferente, extraña. mágica... !!! Esa incertidumbre, esa duda!!! Sería un Dios??? Sería el mismisimo Dios o quien? Nunca se sabrá!!! Excelente relato!!! Lleno de misterio!!! Besotes cielo!!!

abulico dijo...

Que triste es a veces sentirse como ellos, sentado en una barra hinchandote de alcohol, y sin tener esperanza de nada.

Alguna vez me pasó, aunque creo que ya lo he superado.

Un saludo!!!

pennylanebcn dijo...

Auggie Wren. Cuánto pesa el humo de un cigarrillo? me encantó esa película. Y Blue in the face. Porque me apasiona el mundo de Paul Auster.


Una maravilla tu espacio.


Muy interesante el texto.

Hasta pronto

Unknown dijo...

Hola, por aquí estoy de nuevo. Bonito e interesante relato. Bicos!

Duncan de Gross dijo...

Buenisimo Wren, te engancha desde el principio al fin, un cigarrito...

Laura dijo...

No dejas de sorprenderme Auggie, me encanta como escribes. Me encanta lo que escribes. Me encanta cuando lo escribes, o mejor, cuando lo publicas...en el momento oportuno. En mi momento oportuno.
Sabes enganchar. Sabes atraer.
¿Sabes que te envidio? (entiendase esta envidia como ADMIRACIÓN en mayúsculas).

La Pequeña Candi dijo...

UN BUEN RELATO... ¿QUE SERÍA LO QUE LE PASABA A AQUEL TIPO?
ME HA GUSTADO MUCHO.
UN SALUDO!

Anónimo dijo...

Fantástico.

Mónica dijo...

Hola, me gustó conocer tu blog y me gustó leer tu relato, un submundo desconocido pra mi, pero que siempre me intrigó saber, qué puede encontrar la gente en ese abandono... a veces compartir una pena, un poco de soledad... y el más mínimo gesto puede acercar a dos seres que quizás nunca más vuelvan a verse.

Muy bueno. Bss. Nos vemos