Café, conversación...

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jueves, 28 de enero de 2010

Un mal día para el pez plátano


Se fue. No más Holden Caulfield, ni cuentos sobre héroes deformes en autocares llenos de niños, ni chicas con sonrisas encantadoras e incómodas, de esas que realmente saben cómo saludar a alguien desde la tercera base o que nos enseñaron a darnos cuenta de verdad cuando una mujer viste de azul. No más maletas de cuero, ni libros de tapas verdes ni espejos que sirven para dejar mensajes. No más niñas que ven más vidrio ni adolescentes que deambulan por la noche neoyorkina esperando no crecer nunca, ni más taxistas a los que no les importa dónde van los patos de Central Park en invierno. No más ángeles rubios que cantan en el coro de la iglesia y dicen adorar la sordidez, no más largas cartas desde el frente o desde el hogar, no más soldados en Francia o en Alemania, traumatizados o no. No más sandwiches sin mayonesa ni medios bocadillos de pollo. No más charlas de amigas sobre antiguos novios graciosos, no más madres que dicen ser almirantes, no más bocas semiabiertas, de esas que enamoran al instante, en el autobús. No más chicas que saben batear ni niñas que gustan de masticar velas. No más profesores que dicen ser poetas sin serlo, ni almuerzos con Martini antes del partido. No más libros sobre tigres corriendo alrededor de un árbol. No más reclutas estrellas en el pinball. No más familia Glass, ni hermanos superdotados incapaces de encontrar la felicidad. No más Seymour. No más peces plátano. No los busquéis hoy. No aparecerán.

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