Café, conversación...

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miércoles, 22 de julio de 2009

Las cenizas de Ángela


Frank McCourt nació en América. De padres irlandeses (el padre, del norte; la madre, de Limerick, en el Estado Libre Irlandés), vivió sus primeros años en Nueva York, pero se vio obligado a viajar a Irlanda cuando sus progenitores decidieron volver ante la incapacidad del cabeza de familia de encontrar trabajo, o de mantener uno más de tres días. Lo que vivió el joven Frank entonces y hasta que consiguió volver a América años después, forma "Las cenizas de Ángela", el libro que le valió la fama y el premio Pulitzer.

Las penurias, la rabia, la desesperación, el frío, la humedad y, sobre todo, el hambre, forman el día a día de una infancia que McCourt refleja sin odio ni rencor. No echa la culpa de su sufrimiento al alcoholismo de su padre, ni a las malas decisiones de su madre, ni a la frialdad de su abuela y sus tía. Se limita a contar los hechos, no a interpretarlos, y se permite muy pocas concesiones a la hora de decir qué habría sido mejor. El sólo dice: "así fueron las cosas", y lo hace con unas tintas cargadas de ironía y, en ciertos momentos, de esa añoranza que siente (aunque a veces pretenda negarlo) todo aquél que se aleja de su casa.

La infancia de Frank McCourt, llena de hambre, humedad, enfermedades, ratas, maestros más ocupados en castigar que en enseñar, curas que dominan a través del temor religioso y la represión... en fin, una infancia desgraciada, no difiere mucho de la que han vivido muchos niños, ahora ya ancianos, que se criaron en la Castilla de la posguerra. En definitiva, es esa infancia desgraciada que han padecido y siguen padeciendo a día de hoy miles de niños. McCourt es consciente de esto, de que otros han sufrido tanto o más que él, de que eso no le hace especial. Pero también es consciente de que, a pesar de ser una infancia terriblemente desgraciada, no de be olvidar. No para enterrarse en la amargura, sino para no olvidar nunca de dónde ha salido, quién es. No se trata de una novela amarga (aunque al leerla quizás a alguno se le salten las lágrimas), sino de un homenaje a los lugares donde se crió y a todas las personas que en su camino se cruzaron, conscientes o no, de que estaban representando un pequeño papel en la vida del que sería un gran novelista, como todas las personas que conocemos lo representan en la nuestra.

2 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Menudo dramón.

Laura dijo...

Hace años que leí esa novela y me pareció fascinante, como dices, una realidad no exenta de sentido del humor, el que, por ejemplo tiene mi padre contando anécdotas de su vida en la postguerra española.
Si, se llora, por supuesto, de rabia al comprobar que hoy no sabemos valorar todo lo que tenemos a nuestro alrededor...