
Primero pensé, ingenuo yo, que nos sentíamos una nación responsable que quería seguir muy de cerca las maniobras de guerra de la democracia líder. Algo así como una especie de responsabilidad simpaticona para con el resto del planeta.
Como no pega con el comportamineto habitual de nuestro pueblo, luego de reflexionar llegué a la conclusión de que eso no era posible, y que tan sólo estábamos aprovechando la grieta para hacernos con un tema de conversación perfecto.
Así, con total frivolidad y desconocimiento, medios y masas se ponen a la labor. Como decía, la situación es ideal: ocho años del tan denostado Bush (como la canción de los Beatles, "Here, there and everywhere"), un malo malote sucesor que toma por escudera a la Gobernadora de Alaska, el compadre salvador -aquí la raza no importa, sino el estilo- en el que la mitad cree a pies juntillas y que es considerado un farsante por la otra mitad, la crisis del país, Irak, la Clinton a la que le sobrevino una pájara electoral... La historia lo tiene todo, vamos, mejor que en una película de John Ford.
Y así estamos, a vueltas con la Unión, como si convencer a nuestros vecinos y amigos fuera vital, como si tuviéramos que ir a las urnas mañana mismo, dejando al hablar un pastoso reguero de vanidad y ganas de tocar los cojones. Para la historia queda la confesión de José Blanco, que a pesar de que apostaba por Obama en las primarias, no quiso decir nada para no interferir en el proceso electoral. Se lo cuentas a un cura...